Recientemente, dada las altas temperaturas al noreste de los Estados Unidos, una pieza homenaje a Abraham Lincoln se derritió de manera dramática, dejando la cabeza del prócer estadounidense en un gesto que, más que grotesco, evoca la frustración con el país que ayudó a construir.
Las canciones que aluden a perder la cabeza son numerosas y variadas. "Voy a perder la cabeza por tu amor", cantaba José Luis Rodríguez, "El Puma", en algún momento de la memoria colectiva; "Get Out of My Head", todavía entonan los Rolling Stones, con la vehemencia de quienes han visto pasar décadas. La locura puede ser un estado permanente: "Pájaros en la cabeza", como dice Ismael Serrano, o se puede empuñar como un revólver, según nos sugirió Soda Stereo. Y cómo olvidar a la Reina de Corazones en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, exigiendo la cabeza de cualquiera que osara contradecirla.
Cabeza, hombros, rodillas, pies.
La cabeza siempre ha sido símbolo de liderazgo, el trono de la razón sobre el cuerpo, reminiscente de Juan Bautista cuando no se doblegó ante Salomé. Son los ingleses, seguidos de cerca por los franceses, quienes más han decapitado a figuras históricas, etiquetándolas de enemigos públicos o traidores. En el Puente de Londres, se exhibían las cabezas para el macabro deleite de los transeúntes.
Lo que uno nunca imaginaría es llegar a Washington D.C. (una de las tres ciudades del poder, junto con London City y el Vaticano) y encontrarse a un Abraham Lincoln no decapitado, sino en un estado más humillante: con la cabeza derretida.
La estatua de cera, obra de Sandy Williams IV, un artista reconocido por sus esculturas que fusionan elementos históricos y contemporáneos, utiliza materiales no convencionales para transmitir mensajes profundos. La elección de la cera ya implicaba una declaración audaz sobre la naturaleza transitoria de la memoria histórica. La cera, maleable y vulnerable, no solo simboliza la percepción histórica cambiante, sino también la fragilidad de los grandes íconos.
La reciente ola de calor que azotó el noreste de Estados Unidos hizo que la estatua se derritiera dramáticamente, dejando la cabeza de Lincoln en un gesto que, más que grotesco, evocaba la frustración de un presidente que había intentado reconstruir una nación rota.
La impermanencia de la memoria y la historia, sin duda.
La estatua de cera de Lincoln fue diseñada para asemejarse a la famosa representación en mármol del Lincoln Memorial, mostrando un rostro sereno y una postura que evocaba su liderazgo durante uno de los períodos más tumultuosos de la historia estadounidense. Al usar cera, Williams añadía una capa adicional de significado, contrastando la vulnerabilidad con la solidez del monumento original.
La escultura de cera titulada "40 ACRES: Camp Barker" (2024) fue instalada el 15 de febrero fuera de la Escuela Primaria Garrison en Washington, DC, en el sitio de Camp Barker, un campamento de contrabando de la Guerra Civil donde personas anteriormente esclavizadas que se habían liberado establecieron una comunidad. Según Maya Pontone, de Hyperallergic, la estatua exhibía 10 mechas de velas que animaban a los visitantes a encenderlas y apagarlas tras uno o dos minutos.
La tragedia de la estatua ocurrió como su concepción: lenta pero inevitable.
Los visitantes presenciaron cómo la figura de Lincoln se desfiguraba lentamente, perdiendo sus características hasta convertirse en una masa informe. Y la Internet hizo su trabajo, transformando en meme lo que, a todas luces, provocaba decepción.
Así, sin pretenderlo, la obra adquirió una nueva capa de interpretación: el derretimiento de la estatua sirve como una metáfora visual potente sobre la realidad política de los Estados Unidos en la segunda década del siglo XXI.
La bruja del oeste se derrite. «I'm melting! I'm melting!», dice. En efecto, esto nunca fue Kansas.
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