top of page

La vibración afectiva del duelo: lectura de El invencible verano de Liliana

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 12 ago
  • 7 Min. de lectura

En este territorio, el lenguaje no es un simple medio. Es piel, es membrana que deja pasar o detiene.


ree


El algún poema de mi libro Wonderful Wasteland and other natural disasters, sublimé el imperativo de moverme entre realidades inéditas. Era el 2017, los huracanes Irma y María recién devastaban la isla de Puerto Rico, y mi generación guardaba la guardarraya inédita de aquellos que nunca habíamos visto un desastre de tales magnitudes. «Necesitamos un nuevo lenguaje», escribí.


Como lenguaje, me refería a esa necesidad de inscribir el cuerpo, la experiencia y la voz de los marginados en el texto. Nada distante de Hélène Cixous, que en 1974 ya había criticado la tradición que reduce a las mujeres a objetos de discurso, habladas por otros, y propone que ellas mismas ocupen la posición de sujeto enunciador, generando una escritura que brote de sus propios ritmos, deseos y memorias.


La memoria es el recinto del lenguaje.


Y aquí me detengo a admirar a El invencible verano de Liliana (Random House, 2021), lúcida travesía escrituraria de Cristina Rivera Garza, que por hermosa no deja de ser dolorosa. La obra, publicada en inglés como Invincible Summer: A Sister’s Search for Justice (Hogarth, 2024) y merecedora del Premio Pulitzer 2024 en la categoría de Memoria o Autobiografía, no relega la memoria a simplemente evocar, sino que se expande como una marea que avanza y retrocede, dejando en la orilla fragmentos de un tiempo que no es pasado ni presente. Escribir aquí no es trazar un relato: es sostener un pulso con lo que todavía estremece, con lo que se resiste a quedar quieto en el archivo del olvido.


Rivera Garza intenta reconstruir los eventos previos al asesinato de su hermana, Liliana Rivera Garza, asesinada un 16 de julio de 1990 a manos de su exnovio Ángel González Ramos, «el hombre al que nunca apresaron; el hombre que, libre hasta el día de hoy, no ha tenido que enfrentar a la ley ni pagar por su crimen. El hombre impune». el cuerpo de Liliana queda enterrado bajo la burocracia, el lenguaje oficial y mediático que reduce el feminicidio de su hermana Liliana a una cifra más, tecnicismos o eufemismos. Rivera Garza entonces intenta sustraer la memoria de Liliana de ese régimen de signos, proponiendo una escritura que «devuelva» la palabra a la víctima y que actúe contra el silenciamiento institucional de los feminicidios.


Rita Laura Segato, en La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, sostiene que el feminicidio no es un crimen «privado» ni meramente individual, sino un acto de comunicación y de poder, inscrito en el cuerpo femenino como un mensaje destinado a toda la comunidad. Este «mensaje» busca disciplinar y advertir, funcionando como parte de una pedagogía de la crueldad: una práctica social que naturaliza la violencia, la convierte en espectáculo y reitera jerarquías de género.


Así, el gesto de Rivera Garza de «escribir con» su hermana Liliana, y no «sobre» ella, responde a la urgencia de romper la circulación del mensaje de dominio que Segato identifica: el texto no reproduce la pedagogía de la crueldad, sino que la desarma, desplazando el foco del criminal a la voz y la vida de la víctima. A partir de la sección «Andamos perras,andamos diablas», el personaje de Liliana en El invencible verano de Liliana funciona como núcleo estructurante y catalizador de la narración. No es solo la figura central alrededor de la cual se organiza el relato, sino también un personaje ausente-presente. Su muerte es el hecho detonante, pero su voz, reconstruida mediante cartas, diarios y testimonios, articula el tiempo narrativo y condiciona las perspectivas desde las que se cuenta la historia. El personaje es focalizante y focalizador que opera a través del dispositivo testimonial: su inclusión en cartas, diarios y recuerdos opera como técnica de inserción documental que rompe con la ficción cerrada para acercarse al registro testimonial, mezclando géneros y expandiendo los límites de la narración.


Hay un archivo que late, porque Rivera Garza rehúsa narrar desde la distancia de la misma manera que Cixous pide que la escritura nazca desde el cuerpo y la experiencia de la mujer, no como objeto pasivo sino como sujeto vivo.


Este libro es un archivo hecho de sudor, de pájaros invisibles, de marcas en la piel. Cada oficina visitada, cada pasillo recorrido, está impregnado de una densidad que no se anota en ningún expediente. El círculo rojo pegado en la blusa, el cigarro encendido con dedos pacientes, el follaje que delimita un lugar seguro para hablar de amor: son documentos de otro tipo, pruebas físicas de que la búsqueda también ocurre en el cuerpo.


En ese gesto de «colocar este círculo rojo… un círculo de papel. Una calcomanía. La marca de que pertenecemos a este lugar de duelo y de rabia» se encierra una paradoja: marcar para pertenecer, pero también marcar para recordar que se entra a un territorio donde el dolor es norma. El archivo oficial se mide en folios y sellos; el archivo afectivo se mide en respiraciones contenidas y silencios que pesan más que las palabras, y que se reafirman en la escritura compartida: el libro es escrito tanto por Cristina como por Liliana.


El tiempo, en efecto, se ha detenido en este libro.


La narración se despliega como una ciudad recorrida a pie, donde cada esquina activa un eco. La pista ovalada de la Condesa se convierte en metáfora de un movimiento sin fin: «una especie de villanelle material» que repite y encierra. En Azcapotzalco, la historia se tiñe de mito: un «lugar de hormigueros» que remite a un descenso al Mictlán para recuperar huesos. No son decorados: son moldes donde se vierte la experiencia del duelo, territorios que cargan una memoria que se repite y se contrae, como si el tiempo mismo respirara.


La calle, el mito, la arquitectura urbana: todos son superficies donde la pérdida se adhiere. En esa repetición no hay consuelo: hay una obstinación por no dejar que el hecho se disuelva en la bruma de lo irrecuperable.


Durante años, la narradora se prohibió «cualquier actividad que pudiera interrumpir la danza de la vergüenza y el dolor». La vergüenza encoge, reduce; la rabia ensancha, llama a otras. El relato está surcado por esas dos fuerzas: la retracción que protege y el impulso que busca compañía.


La historia de Lesvy Berlín Osorio, otra estudiante de la UNAM asesinada por su pareja, irrumpe como un espejo donde otra madre repite, contra todo, que «la única culpa […] había sido ser mujer». Y en esa afirmación se produce un desbordamiento: el dolor individual se enlaza con un coro. En las calles, en las plazas, la voz se convierte en consigna: «Busco justicia para mi hermana». Y esa frase, repetida, deja de ser un pedido aislado para convertirse en un hilo que une cuerpos. «Lesvy y Liliana» escribe Rivera Garza. «El sonido combinado de sus dos eles me obliga a colocar la lengua contra la parte trasera de mis dientes frontales superiores y a empujar el aire por los lados de la boca. Consonante lateral. ¿Podrían haber sido amigas?»


Hay en el libro un tono de habitación cerrada, de espacio donde la luz entra por rendijas. Cada objeto —un oficio sellado, una calcomanía, una fotografía— puede contener una clave. La caminata por los pasillos de la Procuraduría no es solo desplazamiento físico: es un tránsito entre estados de ser.


El tiempo se contrae. El tiempo se descompone. El tiempo se alarga. El tiempo se diluye.

«Es difícil creer que esta Agencia del Ministerio Público llena de policías y burócratas, este edificio carcomido por el descuido y la contaminación, de donde salen comandantes a identificar cadáveres, o a donde llegan los heridos para levantar actas, fue alguna vez el centro de mando de un imperio», escribe Rivera Garza temprano en el emprendimiento de su búsqueda. Cuando le preguntan «¿Usted es Liliana?», hay un desdoblamiento del yo que abre una grieta por la que se cuela la posibilidad de ser la otra. «¿Soy yo Liliana? ¿Lo seré algún día?».


No es un error burocrático: es una verdad que se asoma. En el duelo, una parte de quien sobrevive se instala en el lugar del ausente.


El libro no cierra con la justicia hallada. Cierra con un pacto: “Lo vamos a tirar. Al patriarcado lo vamos a tirar”. El gesto, pronunciado entre vasos de agua mineral, no clausura el dolor, pero le da dirección. No se trata de esperar la sentencia; se trata de sostener el pulso de la búsqueda hasta que el pulso cambie de dueño.


Aquí, la escritura se convierte en un dispositivo de transmisión: no busca que el lector sepa lo ocurrido, sino que lo sienta. Que el peso de cada paso, de cada espera, de cada nombre pronunciado, se instale en la carne.


En este territorio, el lenguaje no es un simple medio. Es piel, es membrana que deja pasar o detiene. “La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula”, dice la narradora. Y en esa falta se revela una trampa: sin palabras, no hay denuncia; con las palabras equivocadas, no hay reconocimiento.


Los pasillos están llenos de protocolos y oficios que, en lugar de abrir el caso, lo disuelven. «No crean ni por un minuto que los expedientes viven para siempre», advierte una funcionaria. Y con esa frase no solo anuncia la muerte de un archivo: anuncia la desaparición legal de una vida. Si el expediente muere, muere también la posibilidad de que la historia tenga un lugar en la verdad reconocida por el Estado.

Por eso, la voz de la autora no se limita a pedir: rehace un expediente propio. «Busco justicia para mi hermana» se pronuncia como acto y no como trámite. La frase no espera validación: circula, se adhiere a otros, crea comunidad.


En esa conjunción de palabra y afecto, el libro traza un mapa precario pero insistente: un archivo vivo que no depende de oficinas, sino de cuerpos que se recuerdan unos a otros. Lo que permanece no es el expediente físico, sino la red de presencias que este relato convoca. En esa fragilidad —y en esa obstinación— reside su fuerza.


Para tanto dolor, para tanta injusticia, no nos sirve lo que ya se ha dicho.


En efecto, necesitamos un nuevo lenguaje.

Comentarios


RECIBE ACTUALIZACIONES

¡Gracias por suscribirte!​

bottom of page