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Espiritualidad como resistencia en la era del consumo, según Maurizio Pallante

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 23 jun
  • 5 Min. de lectura

Maurizio Pallante
Maurizio Pallante

I. Del pensamiento que se escapa, o de lo que no puede encerrarse

Uno se pregunta, a veces demasiado tarde, si el pensamiento puede habitar un solo marco, una sola forma, un solo lenguaje. No porque no quiera hacerlo, sino porque sospecha que en su tentativa de fijar, de decidir, ya ha comenzado a perderse. Así ocurre con la modernidad, ese nombre que alguna vez creyó abarcarlo todo, y que ahora, como un mueble pasado de moda, comienza a mostrar sus grietas, su desgaste, su incomodidad para seguir sosteniendo el peso de las cosas que vivimos.


En Liberi dal pensiero unico, Maurizio Pallante escribe como quien desmonta una maquinaria demasiado perfecta, y por eso sospechosa. No la destruye, no la niega, pero la interroga desde adentro, desde un lugar que no pretende trascenderla sino reorientarla, desviarla, abrirle un resquicio. Es un gesto que no se inscribe en el rechazo, sino en el desplazamiento. Y ese gesto es, en su radicalidad contenida, profundamente transmoderno.


Incluso, esa palabra, "transmodernidad", requiere ser dicha con precaución, como quien no está del todo seguro de poder pronunciarla sin incurrir en otra moda pasajera. A lo mejor quiero decir hipermodernidad.


Y que conste: la hipermodernidad no es una época, sino una espiral. No avanza, sino que se repliega sobre sí misma, amplificando sus restos, sus datos, sus imágenes, hasta volverlo todo superficie sin espesor. Es la época donde lo real se disuelve en sus reproducciones, donde el yo se disgrega en perfiles y la historia se administra como trending topic.


No hay aquí sujeto moderno ni sujeto posmoderno: hay una subjetividad hipersaturada, permanentemente filtrada, cuya angustia ya no es la de no ser, sino la de estar siendo demasiado, en demasiados lugares, con demasiados nombres.


Todo se dice al instante, todo se exhibe, pero nada permanece.


El archivo reemplaza a la memoria, el consumo reemplaza al deseo, el algoritmo reemplaza al azar. El archivo también es acumulación.


La hipermodernidad, entonces, es la condición estética y política del exceso: exceso de signos, de cuerpos, de velocidades, de mercancías de ansiedad.


Si la modernidad creyó en el futuro, y la posmodernidad en la ironía, la hipermodernidad marca el ahora que se borra, en el instante que no deja huella. Lo urgente ha sustituido a lo importante, y la imaginación ha sido privatizada por las plataformas. Solo queda la escritura como trinchera del desvío. O del residuo. O de la escucha.


Lo más nos deja menos y, a toda luz, hay que pensar con lo que queda, con lo que sobra, con lo que no entra en el cálculo.


Y esa operación, que es ya una forma de insubordinación, se llama para Pallante: espiritualidad.


Una espiritualidad que no se reduce a dogmas, ni se pliega a liturgias. Espiritualidad no es religión. La espiritualidad se respira como se respira el oxígeno: sin saberlo del todo, sin poder contenerla, pero siendo por ella sostenidos.


II. De lo que el crecimiento no puede explicar, y de lo que no se deja contar

Es fácil decir que el crecimiento es bueno, que más siempre es mejor, que producir nos redime. Tan fácil que ni siquiera lo pensamos. Lo repetimos. Y al repetirlo, como quien reza sin fe, convertimos a la economía en una teología invertida, donde el dogma se mide en puntos del valor total de los bienes y servicios producidoas por un país. Pallante, sin embargo, recuerda que ese crecimiento, ese hacer por hacer, está ya vacío de sentido. “La finalizzazione del fare a fare sempre di più...", escribe, mostrando que la acción desligada del mundo se convierte en una máquina sin sujeto. Una economía sin pregunta por el valor de lo que se genera es, al final, una economía que se autofagocita.


Pero no es solo el crecimiento. Es también el deseo domesticado, reprogramado. Es el cuerpo vuelto mercancía, y el alma reducida a algoritmo. El consumismo, como dice Pallante, ya no es una opción ni un vicio, sino una antropología. Una forma de ser que ha olvidado que se puede vivir de otro modo. Una antropología sin relación con lo sagrado, sin ritual, sin silencio, sin espacio para lo que no se monetiza. Una vida entera organizada en torno a lo que se puede adquirir, y no en torno a lo que podría maravillar.


¿Qué puede, entonces, esa palabra que nombra lo que no se compra? ¿Qué puede la espiritualidad cuando no se define por una doctrina, sino por una actitud, por una forma de no resignarse a la equivalencia entre vivir y adquirir? Tal vez pueda, al menos, recordarnos que no todo deseo es programable, ni toda existencia reducible a una función. Que hay un resto, una sombra, un resplandor que no se integra al sistema.


III. Interrupciones del mito, o lo que se dice sin creérselo

Cuando se habla de desarrollo sostenible, se habla como si las palabras pudieran reconciliar lo que en los hechos se destruye. Como si bastara con decir "verde", "inclusivo" o "inteligente" para que las emisiones se detuvieran, los mares se calmaran, las especies retornaran. Pallante, con la lucidez de quien no teme perder audiencias, afirma que esa conciliación es imposible. Que no hay desarrollo sin consumo, ni consumo sin desgaste. Que la retórica de la sostenibilidad ha sido cooptada, vaciada, vuelta placebo.


"L’idea che sviluppo economico e riduzione dell’impatto ambientale si possano conciliare è stata smentita dai fatti". No es una opinión, es una constatación. Pero una constatación que, al ser pronunciada, se convierte en criterio, en línea divisoria. La crítica de Pallante no se limita al señalamiento de una incoherencia. Va más lejos: muestra que esa incoherencia ha sido convertida en dogma, y que su persistencia obedece a intereses que trascienden el plano técnico o ambiental.


IV. De la comunidad como resto, o de lo que el sistema no puede asimilar

Quizá no haya revolución, pero hay sí lugares donde el sistema no llega del todo. Espacios donde se practica, sin nombre rimbombante, otra forma de habitar. Comunidades, relocalizaciones, economías del cuidado. No como utopías, sino como interrupciones. Como realidades que ya existen y por eso mismo niegan, con su sola presencia, la inevitabilidad del modelo dominante.


"Soltanto per il fatto di essere state realizzate... hanno infranto il presupposto dell’egemonia culturale industriale". La realización como desmentido. La práctica como pensamiento. El gesto, como escritura. Estas comunidades no predican: muestran. No prometen: existen. Y en esa existencia, discreta, marginal, hay una potencia que no necesita gritar.


V. A modo de no-conclusión: escribir con lo que queda

Pallante no ofrece salidas, porque quizá no las haya. Pero propone un desplazamiento. Una desobediencia suave, casi invisible. Y esa desobediencia no es solo espiritual, sino también semántica. Porque nos obliga a decir de otra forma. A habitar el lenguaje como quien entra a una casa sin puertas. Lo transmoderno, en su propuesta, no es una época ni una ideología: es una apertura.


Y quizá ese sea el gesto que queda: no cerrar, no resolver, no totalizar. Escribir desde la grieta. Pensar sin amurallar. Y recordar, como quien no quiere del todo hacerlo, que el pensamiento único no se combate con otro pensamiento, sino con la posibilidad misma de que haya muchos, persistentes, diversos, encarnados.


Queda el susurro, el borde, la insinuación. Queda el gesto de quien escribe no para imponer, sino para dejar abierto un espacio. Como si cada frase no dijera sino: "esto también podría ser de otro modo". Como si el pensamiento, al fin, fuera menos una afirmación que una apertura atenta a la complejidad del mundo.



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