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  • Foto del escritorElidio La Torre Lagares

El capote de Truman

Cuatro escopetazos terminan con seis vidas y nace un libro, A sangre fría, recordado como la obra maestra de Truman Capote.

Foto de Letras Libres

El plan les parece magistral. Sencillo. Infalible. Entrar a la casa de Herb Clutter, acceder la caja fuerte donde el adinerado agricultor guarda su dinero y huir hacia México. En la vecindad de Holcomb, Kansas, Dick Hickock y Perry Smith irrumpen en el hogar los Clutter y en la mancha de la noche encuentran que no existe tal caja fuerte, que Herb Clutter paga todo con cheques y que ya no hay marcha atrás. La noche del 15 de noviembre de 1959, Dick y Perry, a son de cuatro escopetazos, terminan con la vida de Herb Clutter, su esposa Bonnie y sus dos hijos, Nancy y Kenyon. Cuatro escopetazos terminan con seis vidas y nace un libro, A sangre fría, recordado como la obra maestra de Truman Capote.


Dick y Perry fueron arrestados y sentenciados a la horca seis meses después de la noche oscura de sus almas. Le tomó a Capote seis años ensamblar el libro con el que se infatúa de buena manera con la objetividad periodística a la vez que recurre a los procedimientos narrativos que han hecho del llamado nuevo periodismo una práctica permanente. Leila Guerrero, Sergio González, Carlos Monsiváis, por ejemplo, se han encargado de ello. En A sangre fría, escuchamos a un Capote que presume de incógnito pero que se presencia como cerebro ordenador de los hechos.


En A sangre fría, de Truman Capote demuestra el dominio de sus habilidades escriturarias con el maridaje de recursos narrativos que inciden en el desarrollo de la historia. Aclamada como la primera “novela de no ficción”, A sangre fría desvela las acciones de los atacantes primarios así como de la de los sujetos afectados sin apremios. Las tres primeras partes del libro se caracterizan por el grado de objetividad aparente que dotan la novela de una cualidad de legibilidad insuperable, casi como un despliegue de evidencia ante un jurado del cual el lector, al acceder la historia, se hace parte. Los elementos textuales a su disposición son abundantes y suponen un ensamblaje lúdico entre elementos intertextuales: datos biográficos, informes policiales, notas de prensa, exposiciones de casos, expedientes, cartas, estadísticas y entrevistas, entre otros. La tensión es un reducto del montaje. Capa a capa, A sangre fría es, ante todo, una obra de arte.


A medida que avanza la narración, vamos silenciando nuestras supuestos y ese contrato asentido entre el escritor y el lector se va resquebrajando una vez Dick Hickock y Perry Smith son arrestados. La unidad poética compuesta por los dos asesinos se escinde primeramente por virtud de la separación espacial- son ingresados en alas opuestas del recinto penal- y luego por la palabra de los testimonios encontrados. Capote, fantasma textual, trasluce un poco más. Él es, por supuesto, quien ordena el libro: elige qué decir y cómo decirlo, da y quita la voz. Pero a medida que avanza el libro, es inevitable notar que Capote encausa sus afecciones hacia Perry.


En el tramo final del recorrido narrativo, Josie Meir, la esposa del ayudante del sheriff, comenta el momento en que ella le lleva comida a Perry, quien al momento los «árboles, la plaza y los techos de las casas» a través de la ventana. «Nevaba y recuerdo que le dije que era la primera nevada del año y que hasta entonces habíamos tenido un largo y maravilloso otoño», dice Josie. «Y ahora había llegado la nieve».


La nieve, con su silencio blanco, metaforiza a la muerte venidera.


Y luego, el lirismo de Capote. Bucólico. Romántico. «La nieve blanqueó el paisaje color trigo,» nos dice, «y se acumuló en las calles de la ciudad, las silenció… Las ramas más altas de un olmo cargado de nieve rozaban la ventana de la celda de mujeres». Es evidente que la tristeza que comienza a apoderarse de Perry es contagiosa. La soledad del recluso encuentra compañía en un ardilla con la que él desarrolla una relación amistosa. «Era una ardilla macho de pelaje rojizo. Le puso por nombre Red y Red pronto se instaló en la celda, satisfecho al parecer de compartir la cautividad de su amigo», agrega Capote, cuya integración a la narrativa no solo se revela en el tono melancólico del pasaje, sino que también se semiotiza en la ardilla. La ardilla es Capote.

La soledad de Perry es el foco en este punto en este pasaje y nos encontramos ante un personaje discernido a través de la lente de afectación. El azul nostálgico brilla intermitentemente hasta el final del libro. Incluso cuando Perry habla de haber considerado el suicidio como una forma de escape, la narrativa se poetiza: «Sentí que la respiración y la luz me abandonaban» dice Perry posteriormente. «Las paredes de la celda se abrieron, el cielo cayó y vi el enorme pájaro Amarillo».


Capote enfatiza que Perry, a lo largo de su vida, fue un «niño, pobre y maltratado, adolescente de vida libre y hombre encarcelado» mientras el recluso sueña que vuela.

Entonces, los victimarios –particularmente Perry- se convierten poco a poco en las víctimas.


Un circo mediático comienza a desarrollarse en torno al caso. La gente viaja por millas a echar un vistazo a la pareja notoria. E incluso una venta de garaje de la casa de los Clutter comienza en el mismo el primer día del juicio. Dick y Perry se resguardan en la misericordia del lector.


Y al final, el capote no es del Gogol; es el de Truman.


Publicado en Nagari el 01/03/2016

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