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Foto del escritorElidio La Torre Lagares

¿Qué hace un poeta trabajando en un supermercado?

Actualizado: 4 may

Hambre nueva, de Carlos A. Colón, es un poemario donde las preocupaciones clásicas de la poesía moderna se asumen en tanto concepto de hambre.


Uno piensa en el hambre y evoca un cuerpo. Un cuerpo, ese sitio desde donde se vive y se configuran las cosas del mundo. Así es como se sitúa la poesía: el lugar de habitación.


En la obra Hambre nueva de Carlos A. Colón, la poesía moderna confronta su preocupación ancestral, el hambre, pero la convierte en concepto. Este hambre es una certeza, aunque lo que nos perturba es la duda: “[T]odo parece acabar / quedándonos sin decisiones finales / quedándonos en un vacío que se alimenta de / nuestra duda”, nos dice el poeta en el poema titular del libro. El vacío, alimentado de la duda, subordina la idea de la comida a la cuestión del hambre, así como la poesía no puede prescindir del mundo. En el libro de Colón, se prioriza el hambre sobre la comida, lo que a su vez refleja una fenomenología del alimento que no podría existir sin aquella necesidad.


El título "Hambre nueva" es provocador, complicado, animal, humano. El hambre como necesidad revela una carencia, un presente marcado por la escasez que solo puede ser colmada a través de la acción: saciarla es vencer la muerte. Decimos "hace hambre" para enfatizar cómo esta sensación acapara nuestro tiempo, nuestro modo y el significado de nuestras acciones. Saciar el hambre es una actividad que se resuelve fuera de nosotros mismos.


La obra total se erige sobre la premisa de que el trabajo busca resolver esta necesidad básica: nadie trabaja para ser feliz; se trabaja para comer. El hambre nos recuerda nuestra dependencia de una realidad objetiva, y el artista debe someterse al sistema laboral y productivo del capitalismo para no perecer de poesía.


En "El gondolero", el poeta plantea una posible pregunta retórica: "¿qué hace un poeta trabajando en el supermercado?" La respuesta es una aporía. El supermercado, esa glorificación de la técnica que preocupaba a Heidegger, es un lugar donde se oculta la violencia contra la naturaleza y su explotación. No hay creación, no hay poesía.


Entonces, ¿qué hace un poeta en un supermercado? ¿Es acaso una tragedia?


El libro nos lleva a través de un convulso sentido de la inevitabilidad. Para Baudelaire, la belleza siempre se componía de dos elementos: lo eterno y lo relativo; de igual manera, la poesía que Carlos articula es una unidad dual, oscilante entre lo ideal y lo pragmático. El trabajo mecánico nos enraíza en el mundo; la creación nos salva pero se nos escapa.


Por ejemplo, en "El pájaro y el limpia rascacielos", el poeta nota cómo "la sangre de un pájaro en el cristal / decora el más reciente edificio / con mira al mar / justo donde solían estar los manglares". La violencia del urbanismo y su impacto en los escenarios de vida natural desplaza la vitalidad del paisaje, mientras un limpiador de rascacielos borra la sangre que un pájaro ha dejado al chocar contra los espejos del edificio. Para que exista una sombra debe preexistir una luz que la provoque. El limpiador cumple su tarea "para darle de comer a sus hijos".


En "Bolsillos", la preocupación por la automatización laboral se hace lírica: "¿qué se les pierde en los bolsillos? / ¿un reloj de cincuenta horas de trabajo?", se pregunta el poeta y luego lamenta: "se nos pierde el pan / se nos pierde el descanso". Hay un esfuerzo por encontrar un sentido más allá que clama por poesía, que sigue siendo el género literario anticapitalista, y se desliza entre la precariedad de la vida y la necesidad de sobrevivir.


Así nos encontramos, casi por necesidad, buscando refugio en un sentido perceptiblemente romántico, donde la naturaleza consuela, calma y ampara. En poemas como "Conquista", donde el poeta declara: "soy como el árbol que no quiere dar frutos"; o en "Cojimar", donde la propia naturaleza busca una promesa rota. Para Carlos A. Colón, la naturaleza es también inclemente, toma forma de volcán, de erupción. "Todo anda en el suelo" ("Erupción II") y en la contingencia, la única constante es la duda.


¿Por qué dudar? ¿Es la duda una forma de certidumbre?


"[D]udamos como si la duda fuese un intento de vida" ("La duda"), afirma Colón.


Y así, en "Finales tristes", el poeta rememora la infancia, un territorio al que a sus veintitantos años Colón ya no visita con frecuencia. Sea un trazo generacional o no, la nostalgia por el tiempo irrecuperable también informa "Finales tristes", el mejor poema de la colección, y que nos asoma al próximo estadio lírico en la poesía de Colón donde la memoria se convierte en una interlocutora, preocupación de los grandes poetas, destino que aguarda a Carlos.


Por ahora, ¿qué hace un poeta que trabaja en un supermercado?


Descubrir lo oculto, para desocultarlo. Esa es el hambre de siempre.

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