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«Kaho», nuevo cuento de Murakami

Foto del escritor: Elidio La Torre LagaresElidio La Torre Lagares

Actualizado: 2 nov 2024

Un relato de Murakami, incluido en su próximo libro titulado en inglés The City and Its Uncertain Walls (Noviembre, 2024)


Murakami
Haruki Murakami. Foto por The Vinyl Factory

—He salido con todo tipo de mujeres en mi —dijo el hombre —pero tengo que decir que nunca había visto una tan fea como tú.


Esto ocurrió después de que hubieran tomado el postre, mientras esperaban a que les sirvieran el café.


Pasó un momento antes de que sus palabras se asimilaran. Tres, tal vez cuatro segundos. La declaración salió de la nada, y Kaho no pudo entender de inmediato sus intenciones. Mientras el hombre pronunciaba estas palabras bruscas y alarmantes, sonreía todo el tiempo. Una sonrisa suave, en su mayoría amigable. No había ni un atisbo de humor en lo que decía. No estaba haciendo una broma; hablaba completamente en serio.


La única manera en que Kaho podía pensar en reaccionar era tomar la servilleta de su regazo, arrojarla sobre la mesa, agarrar su bolso de la silla a su lado, levantarse y, sin decir una palabra, salir del restaurante. Eso sería, muy probablemente, la mejor manera de manejar la situación.


Pero de alguna manera Kaho no pudo. Una razón para esto—una que se le ocurrió solo más tarde—fue que estaba genuinamente sorprendida; una segunda razón fue la curiosidad. Estaba enojada—por supuesto que lo estaba. ¿Cómo no iba a estarlo? Pero, más que eso, quería saber qué demonios intentaba decirle este hombre. ¿Realmente era tan fea? ¿Y había algo más allá de ese comentario?


—Decir que eres la más fea puede ser una exageración —añadió el hombre después de una pausa—. Pero eres la mujer más simlona que he visto, sin duda alguna.


Kaho frunció los labios y estudió en silencio el rostro del hombre, con los ojos fijos en él.

¿Por qué este hombre sentía la necesidad de decir algo así? En una cita a ciegas (que en cierto modo lo era), si no te gusta mucho la otra persona, simplemente puedes no ponerte en contacto después. Es bastante simple. ¿Por qué insultarla en su cara?


El hombre era probablemente diez años mayor que Kaho, apuesto, su ropa impecable y pulcra. No era exactamente el tipo de Kaho, aunque parecía provenir de una buena familia. Tenía un rostro fotogénico -esa podría ser una manera más precisa de describirlo. Agrégale unos centímetros a su altura y podría haber sido actor. El restaurante que eligió, además, era acogedor y elegante, los platos sabrosos y refinados. No era lo que se llamaría hablador, pero era lo suficientemente decente para mantener la conversación en marcha -y no hubo silencios incómodos. (Curiosamente, sin embargo, cuando lo recordó más tarde, no podía recordar de qué habían hablado.) Durante la cena, comenzó a sentir simpatía por él. Tenía que admitirlo. Y entonces, de la nada -esto. ¿Qué estaba pasando aquí?


—Puede que te parezca extraño —dijo en voz calmada, después de que les trajeran dos espressos a la mesa. Era como si pudiera leer la mente de Kaho. Dejó caer un pequeño cubo de azúcar en su espresso y lo removió en silencio.


—¿Por qué cené hasta el final con alguien que encuentro fea -o tal vez debería decir, cuyo rostro no me gusta? Después de beber la primera copa de vino, debería haber podido acortar la velada. Es una completa pérdida de tiempo, ¿no es así, tomar una hora y media y comer una cena de tres platos? ¿Y por qué, al final de la noche, tengo que decir algo así?


Kaho permaneció en silencio, mirando fijamente el rostro del hombre al otro lado de la mesa. Sus manos agarraban con fuerza la servilleta en su regazo.


—Creo que es porque no pude reprimir mi curiosidad —dijo el hombre—. Probablemente, quería saber qué pensaba una mujer realmente fea como tú, cómo el hecho de ser tan fea afecta tu vida.


Y ¿tu curiosidad quedó satisfecha? se preguntó Kaho. Por supuesto, no lo preguntó en voz alta.


—¿Y mi curiosidad quedó satisfecha? —preguntó el hombre, después de tomar un sorbo de café.


No había ningún error aquí: podía leer sus pensamientos. Como un oso hormiguero lamiendo un hormiguero con su larga y delgada lengua.


El hombre sacudió la cabeza levemente y volvió a colocar su taza en el platillo. Y respondió a su propia pregunta.


—No, no lo estuvo.


Levantó la mano, llamó al camarero y pagó la cuenta. Se volvió hacia Kaho, inclinó ligeramente la cabeza y salió directamente del restaurante. Ni siquiera miró hacia atrás.


 

La verdad sea dicha, desde que era pequeña, Kaho nunca había estado tan interesada en su apariencia. La cara que veía en el espejo no le parecía ni hermosa ni especialmente fea. No la decepcionaba ni la hacía feliz. Su falta de interés en su rostro se debía al hecho de que no sentía que su apariencia afectara su vida de ninguna manera. O quizás era mejor decir que nunca había tenido la oportunidad de saber si lo hacía. Era hija única y sus padres siempre la habían colmado de un afecto que probablemente no estaba relacionado con lo bonita que pudiera ser o no.


Durante la adolescencia, Kaho permaneció indiferente a su apariencia. La mayoría de sus amigas se preocupaban por su apariencia y probaban todos los trucos de maquillaje posibles para mejorarla, pero ella no podía entender ese impulso. Pasaba muy poco tiempo frente al espejo. Su único objetivo era mantener su cuerpo y su rostro apropiadamente limpios y ordenados. Y eso nunca fue una tarea particularmente difícil.


Asistió a una escuela secundaria pública mixta y tuvo algunos novios. Si los chicos de su clase hubieran votado por su compañera favorita, nunca habría ganado—no era de ese tipo. Aun así, por alguna razón, en cada clase en la que estaba, siempre había uno o dos chicos que estaban interesados en ella y lo demostraban. Kaho no tenía idea de qué era lo que les interesaba de ella.


Incluso después de graduarse de la escuela secundaria y comenzar a asistir a una escuela de arte en Tokio, rara vez le faltaban novios. Así que no tenía necesidad de preocuparse por si era atractiva o no. En ese sentido, se podría decir que tuvo suerte. Siempre le resultaba bastante extraño que amigas mucho más guapas que ella se preocuparan por su apariencia, en algunos casos sometiéndose a cirugías plásticas costosas. Kaho nunca pudo comprender esto.


Y así, cuando, poco después de su vigésimo sexto cumpleaños, este hombre que nunca había conocido antes le dijo sin rodeos que era fea, Kaho se sintió profundamente confundida. En lugar de sentir un shock por sus palabras, estaba, simplemente, desconcertada y desorientada.


 

Fue su editora, una mujer llamada Machida, quien le presentó al hombre. Machida trabajaba en una pequeña editorial en Kanda, principalmente publicando libros para niños. Tenía cuatro años más que Kaho, tenía dos hijos y editaba los libros infantiles que Kaho creaba. Los libros ilustrados de Kaho no se vendían muy bien, pero entre esos y su trabajo independiente haciendo ilustraciones para revistas, ganaba lo suficiente para subsistir. En el momento de la cita, Kaho acababa de romper con un hombre de su edad con el que había salido durante poco más de dos años, y se sentía inusualmente deprimida. La ruptura había dejado un mal sabor. Y, en parte por eso, su trabajo no iba bien. Consciente de la situación, Machida le organizó la cita a ciegas. Podría ser justo el cambio de ritmo que necesitas, le dijo.


Tres días después de que Kaho conociera al hombre, Machida la llamó.


—¿Entonces, cómo fue la cita? —preguntó sin perder tiempo.


Kaho dio un vago «Jumm» evitando una respuesta directa, y luego hizo una pregunta por su cuenta.


—¿Qué tipo de persona es él, de todos modos?


—Honestamente, no sé mucho sobre él. Algo así como un amigo de un amigo. Creo que tiene cerca de cuarenta, es soltero y trabaja en inversiones de algún tipo

—Machida dijo—. Proviene de una buena familia y es bueno en su trabajo. Sin antecedentes penales, hasta donde yo sé. Lo conocí una vez y hablamos unos minutos, y me pareció guapo y bastante agradable. Es un poco bajo, lo admitiré. Pero entonces, Tom Cruise tampoco es tan alto. No es que haya visto a Tom Cruise en persona.


—Pero, ¿por qué un hombre tan guapo, agradable y bueno en su trabajo tendría que tomarse la molestia de ir a una cita a ciegas? —preguntó Kaho—. ¿No tendría muchas mujeres con las que podría salir?


—Supongo que sí —Machida dijo—. Es muy astuto, eficiente en su trabajo, pero escuché que su personalidad es un poco excéntrica. Decidí no mencionar eso, ya que no quería prejuiciarte antes de que lo conocieras.


—Un poco excéntrica —repitió Kaho. Sacudió la cabeza.


¿Realmente podrías llamar a eso un poco excéntrico?


—¿Intercambiaron números de teléfono? —preguntó Machida.


Kaho se detuvo un momento antes de responder. ¿Intercambiar números de teléfono?


—No, no lo hicimos —dijo finalmente.


—Eso es bueno. La mayoría de las veces, intercambiar números de teléfono no lleva a nada bueno. Mejor cortar de raíz cualquier posible complicación.


Tal vez, pensó Kaho. Tal vez.


—Si quieres, puedo arreglar otra cita para ti —dijo Machida.


—Sí, por favor—dijo Kaho.


La llamada telefónica terminó y Kaho suspiró.


Para ser honesta, no estaba interesada en otro hombre en este momento. Solo quería pasar una noche tranquila en casa, en paz, sin preocuparse por otras personas. Pero en algún lugar en su interior, la cara sonriente y tranquila del hombre de la otra noche persistía. Cuando cerraba los ojos, era como si pudiera oír su voz.


—No importa cómo lo mires, eres una mujer muy fea.


Las palabras resonaban en su cabeza, haciéndose eco.


Kaho sacudió la cabeza para disipar esa sensación y volvió a su trabajo de ilustración, delineando con una línea suave y precisa, como siempre lo hacía.



--Fin


Publicado en The New Yorker el 1ero de julio de 2024, y en la edición impresa del 8 y 15 de julio de 2024, con el título «Kaho».


Traducido del japonés al inglés por Philip Gabriel.

A su vez, traducido del inglés al español por Elidio La Torre Lagares.

La traducción no es oficial y fue realizada sin intención de lucro económico.


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