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Nuórk! de Claudio Ivan Remeseira

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 23 jul 2024
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 2 nov 2024

 Lo que siempre se escribe es un parte de un poema extenso, un poema que no acaba, un poema en googolplex -¿poegolplex?- para el que, aunque toda la materia del Universo fuera tinta y papel, aún faltaría material para poder expresar todos los poemas que lo componen.


Claudio Iván Remeseira
Foto de Gerardo Romo

Este post es un fragmento de un ensayo más extenso de próxima publicación.


Siempre digo que para escribir poesía uno debe arriesgar algo. Siempre. Sea un ideal. Un estilo. El lenguaje mismo. Una tradición. A saber. Es meritorio conocer que debemos cargar con dos sacos, por supuesto, con la fe de que el que se repliegue más sea el del fracaso.


A fin de cuentas, lo que siempre se escribe es un parte de un poema extenso (¿Eliot?), un poema que no acaba, un poema en googolplex -¿poegolplex?- para el que, aunque toda la materia del Universo fuera tinta y papel, aún faltaría material para poder expresar todos los poemas que lo componen.


Ese es el caso de Claudio Iván Remeseira y su poema fragmentado Nuórk!

 

Son veintiún secciones que van armando este libro-poema errabundo publicado por Zompopos (New York/New Hampshire 2023) y comienza en pura reapropiación del tono whitmanesco, en verso libre de cadencia rítmica y fluidas líneas que va creando un sentido de naturalidad y espontaneidad coloquial. Luego, el poema se erosiona, se va resquebrajando, lo tonal se vuelve atónico, y el orden sintáctico se descompone. Se eleva la narratividad del poema a la pugna entre orden y desorden, como decir razón y locura, y al final se pacta con el tipo de poesía híbrida que apetece a los lectores que ya se enteraron que vivimos en el siglo XXI.

 

No hay encumbramiento romántico ni tampoco esa retórica cursi que dirime por los trágicos lugares comunes. El único trágico lugar común lo marca la isla de Manhattos, «esta isla de millones de islas».  Una cacofonía en sí misma. Una anáfora geográfica. La repetición inevitable que, como la paradoja del gato de Schödinger (que puede que esté vivo y puede que esté muerto), puede que haga que no haya dos días iguales o puede que todos los días sean los mismos.

 

Claudio Iván comenzó a escribir Nuórk a su llegada a Nueva York, en septiembre de 2001, a la sombra de los ataques a las Torres Gemelas. En plena retrotopía, el poema de avanzada es un drone cargado de futuro.

 

Como consigna Claudio en el prefacio al libro, «es un libro que pertenece a una ciudad que ya no existe». Es decir, es un poema que mitifica lo que ya no es. Es ese sentido, avanza el libro como una propuesta post-épica, en contrarespuesta a Whitman, quien elevaba a mito el futuro de América en Hojas de hierba.

 

«En tu flujo me hundo y me completo», apostrofa la voz lírica, y ya temprano en el poema se agrega a toda una mitologización del reapropiado nombre de «América», que podría partir del «I Hear America Singing» del propio Whitman, pasando por la respuesta que proporciona Langston Hughes con su «I Too Hear America Singing», que reclama la exclusión de los afrodescendientes en el poema de Whitman. Claude McKay, en su versión de «América», le echa el reproche a su país de la siguiente manera: «[America] feeds me bread of bitterness,/ And sinks into my throat her tiger’s tooth». Pero ninguno como el despecho de Allen Ginsberg hacia el país que lo marginaba: «America: I have given you all, and you have given me nothing».

 

Más recientemente, Fernando Valverde publica en 2023 su America, poemas traducidos por Carolyn Forché, y donde predomina ese contra-estilo whitmanesco que destaca por su profunda exploración de la identidad, la memoria y la migración. El poemario de Valverde es cuántico podría en su contexto paradójico y su multiplicidad de contextos, permitiendo que los versos y las palabras se mantengan como partículas en múltiples estados a la vez. Escribe Valverde en su poema «Ellis Island»: «A la llamada acuden los desposeídos/ con sus cuerpos expuestos al frío y los insectos,/ con su plegaria tan parecida a una queja/ y el escozor,/ y el fracaso…».


El triunfo de todos ellos parte del fracaso de Whitman, y esa es la fuerza del Nuórk de Claudio Iván Remestria: un poema que opera bajo un principio de no localidad (¿Nuórk?), que sugiere que las partículas pueden estar interconectadas de manera que el estado de una afecta instantáneamente al estado de otra, sin importar la distancia.


El libro es, por igual, una meditación sobre el significado de pertenecer y las muchas formas en que el continente norteamericano moldea las vidas de sus habitantes. «América es un contenido que se extiende/ desde la punta de mi pelo hasta las uñas de tus pies», dice Remeseira. Es el pulso de la oda de Neruda a Whitman. Entraña a Martí. Evoca a Lorca y hasta poetas más recientes que se han sentado a tomar café con Whitman, como Frank Báez.


Todo esto, hasta que entramos en los influjos del L=A=N=G=U=A=G=E  poetry. Versos que se deshilan por la página. Cubismo deteriorado. La página es el campo de acción y el poema ocurre. O discurre. Mesósticos truncos, si es que alguna vez John Cage escribió alguno entero.


Claudio Iván es grande. «[E]ntre los gajos recesivos de la noche», contiene multitudes.


Nuórk podría leerse como un acto de resistencia contra las estructuras dominantes del poder y el conocimiento. Es único e irrepetible. Está hecho de Los cantos 3 y 4 se presentan en disrupciones afables que no por desafiar las convenciones tradicionales del verso y la narrativa dejan de crear un espacio donde las voces marginadas van desde la 143 hasta la 72 y al más allá. Un texto olvidado puede ser recuperado y revalorizado, pero la obra amorfa es un testimonio del poder transformador del verso, capaz de cuestionar y reconfigurar nuestra comprensión de la literatura, la historia y, sobre todo, como reconstruimos la realidad.


Llegado el último tramo, a partir del canto 19, entramos en una prosa poética y plurilingüe. El poema se desnuda y, por tanto, se nos revela: «Walking City/ Could we do that again?» El versador es un ventrílocuo en piloto automático. Como en La tierra baldía de Eliot (sí, Eliot), o incluso Manhattan Transfer, de Dos Passos, el final es una forma de principiar.


Dalí decía que sin uno se ensimismaba mirando el horizonte por bastante tiempo, llegaría el momento en que encontraríamos el reverso de nuestra cabeza. Eso ocurre en Nuórk, que culmina así: «Soy hombre hecho Dios/ y las multitudes me aman a su paso…/ me lamen con su mútliple ojo/ me orinan con su sangre/ me elevan hasta el sudor de tus sobacos triunfantes./ Olor de antigua muchedumbre,/ sacra anonimia de lo Uno».


En lo Uno encontramos uno de los grandes poemas escritos por la diáspora latinoamericana de donde quiera que venga.


Total. Somos multitudes.


En mi lecturas de cabecera queda mi propia "trilogía de Nueva York", que son Poeta en Nueva York, de Lorca; Puerto Rican Obituary, de Pedro Pietri; y Nuórk, de Claudo Iván.

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