top of page

Prietura nuestra de siempre: sobre Piel sospechosa, de Luis Rafael Sánchez

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 11 jul
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 11 jul

Piel sospechosa es una escritura que se sabe situada. La risa, la burla, la digresión: el humor de Sánchez no es evasivo, sino disidente. La carcajada en su prosa es como el tambor en la música afroantillana.


ree

La piel —umbral, página reescrita— no cesa de insinuar. En Piel sospechosa (Seix Barral, 2025), un conjunto de ensayos entre 1970 y 2024, el novelista puertorriqueño Luis Rafael Sánchez despliega un tejido textual que rehúye la clausura conceptual. Lo que aquí se escribe —y se desescribe— no es una teoría del racismo, sino una sintaxis del sobresalto. Como si el cuerpo, ese otro archivo, dijera lo que el discurso social no logra silenciar.


La piel —o mejor, su color, como pretexto del libro— no es superficie neutra ni envoltura pasiva: es inscripción. Promesa sin cumplimiento, texto vulnerable al trazo, herida, caricia, lenguaje. No hay piel sin escritura, ni escritura sin cuerpo. No se trata de leer desde la superficie, sino de dejarse afectar por las torsiones que se producen en los márgenes de lo visible.


A veces, lo visible no es lo que se ve, sino la manera que se nombra. En este país de experiencias secuestradas —como siempre refiero el vivir en Puerto Rico— la usurpación mayor ha sido el derecho a la opacidad, como lo llamaría Glissant con el cual podemos reclamar nuestra definición en el pluriverso, sin limitarnos a una sola definición o narrativa hegemónica.


Piel sospechosa avanza como un texto que se sabe importante desde las primeras páginas, donde Sánchez dinamita la ilusión de una identidad racial fija. «Aquí el que no tiene dinga tiene mandinga” refiere a una fractura. Es decir, aún dentro de nuestra africanía, no somos una sola cosa. Esa frase, en apariencia coloquial, desestabiliza todo fundamento racialista para proponer un mestizaje que es menos celebración y más exceso irreductible, como mancha que interrumpe la lógica del archivo. De esto, que baste como prueba el tono unitario que hilvana a un libro que recoge más de 60 años de postura comprometedora.


Hay una violencia que retorna. La obsesión por el blanqueamiento, la exportación de bebés «blanquérrimos», la Miss Puerto Rico «rubia como mentira»: todo apunta a una poética de la negación. Cuando lo no-blanco se vuelve visible, el lenguaje tropieza. La gramática dominante se agrieta. Y en esa fisura, Sánchez escribe. Siempre ha pensado desde ahí.


Piel sospechosa no alega, desarma. No señala culpables (pasado pasado), interroga formas (presente es el que vivimos). Se trata de una escritura que problematiza los modos en que el cuerpo —ese texto ilegible— es leído por la piel. La piel no es envoltura, sino archivo. No es sospecha, sino marca. Sánchez no enuncia, escarba. No responde, descompone. El racismo no se dice, pero organiza. La blancura no es color, sino una forma de poder; no es rasgo, sino sintaxis del deseo, norma de lo mostrable.


El texto no denuncia al blanco; lo disuelve. Lo muestra como espectro que exige pureza allí donde todo fue mezcla. Mascarada que niega su propio mestizaje. Sánchez desmantela la retórica nacional que blanquea cuerpos, certámenes, genealogías, como si la historia pudiera borrarse a fuerza de cosmética. El mestizaje ya no es tolerado como adorno, sino afirmado como núcleo impuro de lo nacional.


La blanquitud no es color: es distancia. Y el que se aproxima deviene eco.


Sánchez no vino a entretener a nadie. No ofrece salida ni redención. Ofrece exposición. Deja ver el dispositivo que produce cuerpos deseables e indeseables. Pieles que deben corregirse, ocultarse, alisarse bajo capas de civilidad.


Y sin embargo, el texto no se limita al desmontaje. Propone un cuerpo que no teme nombrarse prieto, bembón, múltiple. El refrán «once you go black you never go back» se convierte en contraescritura. El goce es enunciado sin pedir permiso. La piel, antes sospecha, se vuelve promesa: de placer, de saber, de historia no dicha. Es allí, en el colapso de la lógica blanqueadora, donde el texto no acusa, sino exhuma.


No hay afuera del prejuicio, sólo su simulación de ausencia. Sánchez escribe contra el encubrimiento, contra el eufemismo decoroso. La sospecha se adhiere como segunda piel. Aun callado, el cuerpo negro resuena. Por eso el libro no concluye. No puede. No quiere. Toda clausura repetiría la violencia que el texto interrumpe. Piel sospechosa no sutura: hiende. No resuelve: deja arder. Porque la sospecha no está en la piel, sino en el lenguaje que intenta fijarla.


La escritura se dirige al Caribe como archivo errabundo. No es lugar, sino gesto. Puerto Rico hoy, República Dominicana ayer, Cuba antier. No hay cronología, hay ritmo. El mestizaje no se mueve: es movimiento. La prietura no está en el cuerpo: es el cuerpo como desvío.


No hay identidad sin interferencia. El Caribe suena porque el Caribe es negro. La guaracha «Mataron al negro bembón», que Sánchez invoca, no es folclor: es contracanon. El lenguaje no dice, resuena. Grita donde no se le espera. Se vuelve inestable, no por falta de sentido, sino por exceso de memoria.


Y cuando el lenguaje vibra, también traiciona. Sánchez no corrige: deja vibrar hasta el quiebre. En «Pelo malo», el autor no sustituye una cosa en favor de la otra (que sería el pelo bueno) porque pelo bueno es el que se lleva a condición de autoaceptación. No hay pedagogía de la corrección, sino política del reclamo. No se reemplazan signos, se desactivan sintaxis coloniales. Lo que se disputa no es el nombre, sino el régimen de valor que nombra.


La esclavitud fue economía de la inscripción. El carimbo fue texto. Más que castigo, fue escritura sobre el cuerpo. Palimpsesto de la carne. La piel no guarda memoria: la es. Y esa memoria retorna no como nostalgia, sino como espectro.


La ausencia de cuerpos negros en espacios de poder no es omisión, afirma Sánchez. Es el fracaso del valor de la igualdad en una sociedad que se dice democrática y participativa. El poder no es cargo, sino derecho a no ser sospechoso. En un mundo donde toda piel prieta es interpelada, la política deviene estética del camuflaje. Ver no garantiza presencia: la visibilidad también es trampa.


Si el racismo caribeño es herencia colonial, su forma más eficaz es la estética. El anexionismo que Sánchez señala no es simple ideología: es deseo de blanquear para pertenecer. Se borra la piel para acercarse al centro. Pero el centro es simulacro, siempre desplazado. El deseo mestizo de blancura engendra espectros: sujetos que no regresan, que no se hallan.


Y sin embargo, Piel sospechosa no se rinde a la denuncia. En su núcleo late una afirmación impura: una vitalidad de la mezcla. La sospecha no paraliza: insiste. Esa insistencia —ese seguir escribiendo, cantando, interrumpiendo— ya es resistencia. No como heroísmo, sino como efecto del desborde. No hay sujeto redentor, sino pluralidad de gestos, de voces, de ritmos quebrados.


La piel, entonces, persiste. No como marca de origen, sino como escena en disputa. Sánchez no propone una identidad afirmativa, sino una lectura que incomoda. La piel debe ser leída, no como símbolo, sino como campo de conflicto entre lo legible y lo ilegible. No se trata de aceptar la negritud ni de celebrar el mestizaje, sino de habitar el vértigo de esa piel que nunca deja de ser sospechosa.


Comentarios


RECIBE ACTUALIZACIONES

¡Gracias por suscribirte!​

bottom of page