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La novela y sus ruinas: la borradura de Everett Percival

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 15 dic 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 8 may

Erasure, desde su título, enuncia un gesto fundacional: la “borradura” no es solo el acto narrativo que atraviesa la vida de Thelonious “Monk” Ellison, sino el principio estructural de la novela misma, su modo de operar en la cultura y en el texto.


El Todo en ruinas

Eduardo Mendoza la enterró. Lo que queda es la novela de entretenimiento. Eso. Pero ya era un cadaver que Walter Benjamin venía arrastrando sin respeto por las calles. El novelista se ha separado del pueblo, decía. Norman Mailer pensaba que la actividad novelística era una futilidad y el novelista, un necio. A Jonathan Franzen le ha valido verga y Philip Roth tiró la toalla cuando dijo que la novela jamás competiría con el cine. Un ermitaño, como lo veía Wordsworth. En el futuro no se publicará a ningún escritor con menos de 5,000 amigos en Facebook, dice Javier Rodríguez Marcos. Mendoza maldice el posmodernismo y Vargas Llosa lo secunda. La literatura light trata de parecerse a estas diversiones reduciendo al máximo los obstáculos al lector, dice el Premio Nobel peruano. Lo fácil, ¿no?


No queda nada. Todo está en ruinas, decía Ortega y Gasset.


Buen título ese para una novela. Todo está en ruinas.


Nada mejor para entender el espinazo argumental de la novela de Percival Everette, Erasure (Borradura), donde se postula la interrupción de los esquemas narrativos utilizando la metaficción y la surficción como clave paródica en una novela carnavalesca que se desdobla, en sí misma, como un Doppleganger.


La inscripción del borramiento: hacia una lectura différante

Erasure, desde su título, enuncia un gesto fundacional: la “borradura” no es solo el acto narrativo que atraviesa la vida de Thelonious “Monk” Ellison, sino el principio estructural de la novela misma, su modo de operar en la cultura y en el texto. El borramiento es una escritura negativa, una marca ausente que, paradójicamente, insiste como presencia. No hay borrado sin trazo, no hay ausencia sin huella. Siguiendo a Derrida, podríamos decir que Erasure performa la lógica de la différance: desplaza, difiere, difracta, en un juego interminable de inscripciones que nunca logran estabilizar el significado.


La novela instala su discurso en una polifonía disonante: diarios, narración autobiográfica, paratextos académicos, correspondencias editoriales, fragmentos críticos, y sobre todo la novela dentro de la novela, My Pafology (renombrada Fuck), constituyen un corpus textual diseminado, donde cada segmento es simultáneamente un texto y una glosa de otro texto. Este mecanismo revela la estructura palimpséstica de la obra: la capa superficial de la ironía cubre, pero no suprime, la herida epistémica que la racialización inscribe en el sujeto y en el mercado editorial.


La invaginación narrativa: la novela dentro de la novela

El gesto más radical de Erasure reside en la inclusión de My Pafology, una parodia descarnada de la llamada “ficción urbana negra” celebrada por el mercado literario blanco. Esta novela dentro de la novela no es solo un pastiche grotesco; es una operación crítica que expone las demandas de autenticidad racializadas como un dispositivo de control simbólico. En la medida en que Monk escribe My Pafology como una provocación satírica, solo para ver cómo es aclamada y premiada, la novela revela el circuito tautológico de la autenticidad como espectáculo: el mercado no quiere la verdad, sino su fetiche.


La invaginación textual de la novela dentro de la novela funciona como una metonimia de la identidad racializada: el yo narrativo se pliega sobre sí mismo, se desdobla, se representa en una mueca grotesca de su propia representación. Aquí, la parodia no es un gesto liberador sino una trampa: la ironía es absorbida por la máquina editorial, resemantizada como “voz auténtica”. Everett dramatiza lo que Derrida llamaría el fracaso constitutivo de toda auto-representación: la imposibilidad de hablar desde un afuera no mediado por el texto, por la estructura que siempre ya ha capturado la voz.


La estética de la interrupción: fragmentación y discontinuidad

Formalmente, Erasure despliega una estética de la interrupción y la diseminación. La narración fragmentada, los registros múltiples, los saltos de tono, las interpolaciones de discursos académicos, las notas al margen, las conferencias literarias, las conversaciones telefónicas y los recuerdos familiares conforman una red textual fracturada que niega la linealidad narrativa. Cada quiebre formal es una cesura significativa, una grieta en la que el texto revela su propia imposibilidad de sutura.


Esta estrategia de discontinuidad no es un capricho posmoderno sino una crítica al logocentrismo de la narrativa racializada. La fragmentación opera como resistencia a la clausura, a la demanda de coherencia que el mercado y la crítica exigen de la “literatura negra”. Everett desmantela esa expectativa al construir un texto que, como diría Derrida, es un texto sin margen: no tiene un centro jerárquico, sino un campo abierto de desplazamientos. La narración no converge en un sentido unívoco; es un juego de huellas, una proliferación de diferencias.


Ironía capturada, ironía desplazada

La sátira en Erasure no es una estrategia de denuncia directa, sino un dispositivo de différance: una ironía que revela su propia imposibilidad de estabilizarse. La risa que provoca My Pafology es ambivalente: es una risa incómoda, que no sabe si se ríe “con” o “de”, una risa que vuelve sobre sí misma para descubrir que ya ha sido cooptada por el mismo sistema que pretendía criticar. La publicación de Fuck, su éxito editorial, su canonización como “auténtica literatura negra”, son parte de la ironía derridiana que Erasure performa: la ironía no escapa al mercado; la ironía es la mercancía.


En este sentido, la novela articula una crítica sin exterior: no hay afuera del mercado simbólico, no hay un lugar puro desde donde denunciar sin ser atrapado en la lógica de la representación. Everett escribe desde la aporía: sabe que toda crítica será absorbida, que toda parodia será literalizada, que toda subversión será estetizada y vendida. La potencia de Erasure radica precisamente en exhibir esa captura sin intentar eludirla, en sostener el gesto de escritura incluso sabiendo su fracaso constitutivo.


El Doppelgänger como dispositivo espectral: la encarnación de Stagg Leigh

El final de Erasure dramatiza de manera contundente la lógica de la différance y de la diseminación: Thelonious “Monk” Ellison, el narrador, se ve desplazado por su propio doble, su Doppelgänger ficcional, Stagg Leigh. En el clímax, frente al espejo, frente a las cámaras, frente al mercado literario que lo reclama y lo consagra, Monk se mira y no se reconoce; o más bien, se reconoce en la figura ajena, simulada, performativa de Stagg, como si la máscara hubiese devorado al rostro, como si el simulacro hubiese suplantado la supuesta esencia.


Derrida, en su reflexión sobre el espectro (hauntology), advertía que el espectro es una figura que viene sin venir, una presencia ausente, una inscripción sin sustancia que sin embargo actúa. Stagg Leigh es precisamente este espectro: un signo vacío, una construcción estereotipada de la negritud que Monk creó irónicamente, pero que ha cobrado vida propia, autonomía de mercado, validación institucional. En el momento culminante, Monk no puede simplemente quitarse la máscara: la máscara lo ha constituido, lo ha convertido en su portador inevitable.


La escena del espejo, donde el narrador se ve con el rostro de Stagg Leigh, es una alegoría del desbordamiento del signo, de la imposibilidad de regresar a una “interioridad auténtica”. El doble no es solo otro, sino el yo desplazado, reconfigurado, reinscrito en la mirada del otro. Mirarse en el espejo y ver a Stagg es mirarse a través del lente del mercado, del público, de la crítica, del aparato de racialización que lo ha “leído” y lo ha convertido en mercancía.


La pregunta que Monk formula implícitamente —“¿quién es el que habla cuando yo hablo?”— no encuentra respuesta porque la voz ha sido fragmentada, diseminada, reapropiada. El narrador queda atrapado en la lógica derridiana de la iterabilidad: todo signo es repetición, pero nunca idéntica; todo acto de significación es una reinscripción en otro contexto, bajo otras condiciones de legibilidad. Stagg Leigh es la iteración que eclipsa el original, la repetición que se emancipa.


Al final, Monk no destruye a Stagg, ni lo rechaza, ni lo niega: lo encarna. Se sienta frente a las cámaras y dice, “Egads, I’m on television”. Esa frase, banal y absurda, es una rendición y una afirmación simultánea: una aceptación de la teatralidad de la identidad, del carácter inevitablemente performativo del yo bajo condiciones de racialización mediática. La ironía final es que incluso la crítica ha sido absorbida, estetizada, vendida; que incluso la sátira ha devenido espectáculo.


La presencia del niño que sostiene el espejo al narrador intensifica la dimensión espectral: es un eco infantil, una imagen posible de sí mismo, un retorno imposible a una inocencia previa al mercado, previa a la mirada del otro. Pero ese niño sostiene el espejo “por la pierna” y Monk no puede ver su rostro completo: la imagen está desplazada, torcida, inasible. El niño no es una promesa de autenticidad; es otro signo mediado, otro reflejo desplazado.


Este final sugiere que el borramiento de Erasure no es aniquilación sino inscripción espectral: la obra no elimina al sujeto sino que lo reinscribe como signo vacío, como doppelgänger que ocupa su lugar, como máscara que ya no se quita. En este sentido, la novela no concluye, sino que permanece abierta, inacabada, marcada por la différance, por la imposibilidad de clausura de una identidad que solo existe como cita, como eco, como simulacro.


Aquí no hay fuera de la máscara, no hay fuera del espejo. En el final de Erasure, el narrador no se libera de su doble: deviene en él. El yo se ha borrado y, en su lugar, permanece la huella.



 
 
 

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