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Elegancia e incompletud: una ética del pensamiento en la era hipermoderna

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 16 jul
  • 4 Min. de lectura

En un mundo saturado de explicaciones, de algoritmos que predicen nuestros movimientos y deseos, el asombro es un gesto de libertad ontológica. Volver a asombrarse es volver a una experiencia de mundo en la que aún hay misterio, donde no todo ha sido colonizado por el sentido o por el capital.


Foto: Patricio Sánchez-Jáuregui.
Foto: Patricio Sánchez-Jáuregui.

En Incompletos. Filosofía para un pensamiento elegante, José Carlos Ruiz Sánchez articula una propuesta que desborda la lógica del pensamiento técnico y utilitarista propio del presente. A través de una reflexión pausada, minimalista y decididamente crítica, el autor introduce una filosofía de la elegancia y de la incompletud como formas de resistencia frente al ruido epistémico y afectivo de la hipermodernidad. Este ensayo propone una lectura de dicha propuesta en diálogo con los diagnósticos de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman y los síntomas propios de la hipermodernidad, entendida aquí como la fase de radicalización de la modernidad en clave de aceleración, exceso y disolución del sujeto.


La tesis central del libro parte de una afirmación sencilla pero profunda: somos seres incompletos.


Esta incompletud, lejos de ser una carencia a suplir, constituye nuestra potencia más radical. A diferencia de la lógica neoliberal que nos interpela constantemente a “completarnos” —ya sea mediante el consumo, la autoexplotación o la visibilidad constante—, Ruiz Sánchez propone una ética del límite, del vacío, del cuidado. Se trata de aprender a pensar desde la conciencia de que el pensamiento elegante no es una herramienta para producir respuestas rápidas, sino una actitud para habitar las preguntas esenciales de la existencia. Esta actitud contrasta agudamente con el paradigma hipermoderno, donde toda pregunta debe ser eficientemente respondida, monetizada o compartida.


En esta clave, el pensamiento elegante se convierte en un gesto de resistencia silenciosa. En lugar de pretender dominar el entorno mediante el saber, se propone una forma de pensar sin estridencias, sin ruido, sin espectáculo.


Aquí aparece el primer punto de contacto con el diagnóstico de Bauman sobre la modernidad líquida: en una época donde las formas sólidas del pensamiento —ideologías, relatos, pertenencias— se han disuelto, el sujeto queda atrapado en una fluidez constante que impide la construcción de anclajes duraderos.


La respuesta de Ruiz Sánchez no es nostálgica ni restauradora: no propone regresar a un tiempo donde el pensamiento era sólido, sino aceptar la fluidez como condición, pero oponerle la elegancia como forma.


Es decir, flow.


La elegancia no es aquí estética del cuerpo ni del vestir, sino del pensar. Es un modo de andar por el mundo con sobriedad, con atención, con esencia. Es la capacidad de elegir con cuidado las palabras, los vínculos, los pensamientos, evitando el exceso de saturación que define lo hipermoderno.


Como lo advirtió Gilles Lipovetsky, el sujeto hipermoderno ya no está guiado por grandes ideales colectivos, sino por una suerte de narcisismo performativo, donde la visibilidad es condición de existencia. Frente a este narcisismo, Ruiz Sánchez propone una filosofía del discreto encanto del pensamiento.


Pensar no para exponerse. Solo para comprender. No para ganar seguidores. Solo habitar la incompletud sin escándalo.


Si en Bauman la modernidad líquida disuelve los vínculos estables y convierte las relaciones humanas en conexiones descartables, Ruiz Sánchez apunta a lo mismo desde el plano del pensamiento: nuestro modo de pensar se ha vuelto líquido, reactivo, funcional, incapaz de sostener una idea durante más de unos minutos.


El libro, entonces, reclama un retorno a la profundidad, no como profundidad solemne o grandilocuente, sino como profundidad silenciosa, humilde, que se afina más en la pausa que en el impacto.


En la hipermodernidad, como lo plantea Lipovetsky, los sujetos son interpelados por un doble mandato: ser autónomos y ser eficientes. Se trata de un imperativo de autorrealización constante, en el que el yo debe ser marca, empresa, narrativa. Este imperativo afecta también la forma en que pensamos: el pensamiento se convierte en contenido, el contenido en producto, el producto en capital simbólico.


Ruiz Sánchez denuncia este fenómeno con sutileza: cuando el pensamiento pierde su gratuidad, su lentitud, su apertura, se convierte en un dispositivo funcional al rendimiento.


Frente a esto, propone una forma de pensamiento que se deja atravesar por la belleza de la duda, por el saber no como poder, sino como forma de ser-en-relación.


Una de las dimensiones más potentes del libro es su reivindicación del asombro como actitud filosófica. El asombro no es aquí una reacción espectacular, sino una forma de apertura radical, un dejarse tocar por lo que no se comprende del todo.


En un mundo saturado de explicaciones, de algoritmos que predicen nuestros movimientos y deseos, el asombro es un gesto de libertad ontológica. Volver a asombrarse es volver a una experiencia de mundo en la que aún hay misterio, donde no todo ha sido colonizado por el sentido o por el capital.


Este pensamiento asombrado, elegante e incompleto es también un pensamiento situado. Ruiz Sánchez no escribe desde una torre de marfil, sino desde la cotidianeidad. En ello reside otra clave de su propuesta: filosofar no es un lujo, sino una necesidad vital.


En tiempos donde la ansiedad, el cansancio y la aceleración colonizan la vida emocional, pensar con elegancia es una forma de higiene espiritual. La elegancia es aquí sinónimo de cuidado: del lenguaje, del tiempo, del otro. En esa línea, el autor se conecta con pensadores como Byung-Chul Han, quien también ha denunciado la lógica del rendimiento y ha propuesto una microfísica de la lentitud, de la atención, del silencio.


En síntesis, Incompletos ofrece una respuesta filosófica de enorme relevancia frente al colapso del pensamiento en la era hipermoderna. No se trata de una filosofía de la renuncia, sino de una filosofía de la diferencia: pensar distinto no para tener razón, sino para resistir.


Resistir al ruido, a la banalización, a la compulsión de completitud. La incompletud, en esta clave, se convierte en una categoría ética: nos recuerda que no debemos ser todo, saber todo, decirlo todo, lograrlo todo.


Podemos —y quizás debemos— habitar lo incompleto con dignidad, con sobriedad, con elegancia.


Ruiz Sánchez no ofrece un sistema ni una doctrina, sino un tono, una atmósfera, una disposición. En un mundo que premia el exceso, él nos recuerda el valor de lo mínimo. En una época que glorifica la visibilidad, él nos devuelve el poder de lo invisible. Y en un tiempo que confunde saber con ruido, él nos ofrece el silencio como la más radical forma de inteligencia.


Incompletos no es solo un libro de filosofía, sino una brújula existencial. En la era líquida y performativa, pensar con elegancia es un acto político. Y una forma —posiblemente la más delicada— de libertad.

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