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  • Foto del escritorElidio La Torre Lagares

La memoria afiebrada: Yuliana Ortiz Ruano

Actualizado: 1 may

Desde la filosofía pragmática de los Van Van hasta el espíritu sartriano de La Lupe, el caos se encauza en la coreografía de Fiebre de Carnaval, la novela debut de Yuliana Ortiz Ruano.



Uno abre este libro y se encuentra con la promesa de una novela y comienza a seguirle la huella al rastro que va dejando el texto, a veces pétalos, a veces rosas, de todas maneras, rosas. De cualquier malla no sale una novela y menos si se dice con la soltura de un poema. Como la rueda y el camino. El texto emana en esa urgencia de desdoblarse en una historia donde igual apremia el placer que el dolor. El bullicio y el ruido enmascaran la soledad abrumadora; una tristeza que solo puede terminar con un deseo tan vasto como una ballena.


Desde la filosofía pragmática de los Van Van hasta el espíritu sartriano de La Lupe, el caos se encauza en la coreografía de Fiebre de Carnaval (La Navaja Suiza, 2022), la novela debut de Yuliana Ortiz Ruano. Esto es salsa de salón. A veces. Otras es una rumba callejera. La música es tiempo y el carnaval representa una suspensión del tiempo ordinario, una pausa donde el orden social se detiene. Esta novela debería venir con altavoces Bluetooth.


Lo extraordinario de la novela radica, precisamente, en la habilidad ingeniosa para ensamblar esta obra, presentada en fragmentos desde la memoria juvenil que la narradora, Ainhoa, convierte un soneo de Lavoe. Que cante mi gente. Ortiz Ruano demuestra destreza técnica admirable y una atención al detalle que emanan en ese fraseo sincopado, como un solo de trompeta.


Qué cosas tiene la vida, cantarían los Van Van. Tantos cuentos y tantas mentiras.


Reconocida como poeta y DJ, la afroecuatoriana libera el ritmo en su lista de reproducción, fusionando boleros, son cubano o las melodías de Nicoyembe en una historia tan rítmica como conmovedora. La "fiebre” no es una enfermedad, sino un síntoma medible de una anomalía mayor. Pero el dolor, en cambio, resulta inconmensurable, intransferible. Si el Roquetín de Sartre expresa su repulsión hacia el mundo exterior a través de la náusea, en Fiebre de Carnaval, Ainhoa resuena entre lapsos vacíos, donde el tiempo se detiene y la memoria desaparece y el silencio es el deseo. La "fiebre de carnaval" actúa como una pulsión de muerte que a celebrar la vida, desafiando los infortunios históricos de pueblos desplazados y colonizados.


En la escritura afro-pacífica de Ortiz Ruano, merecedora del IESS First Novel Prize 2023 en Italia, los hechos se narran desde la perspectiva en primera persona de Ainhoa, en zonas semiotizadas desde la producción del espacio textual que se ensambla como unidades de memorias. La frontera entre La Guachara y la calle 20 de noviembre crea un espacio liminal y fronterizo entre dos barrios rivales. El tiempo en la novela se rige menos por relaciones causales y más por la capacidad lacerante de la memoria misma.


A pesar de las implicaciones celebratorias del título, no todo es fiesta y percusión. Ortiz Ruano, DJ textual, recurre a un estilo indirecto libre, gradándolo, afinándolo, así, como para marcar el compás de la novela. A-la-la-la-la-la-la. Que cante mi gente. En la borrachera. En el vómito. En los cuerpos de ébano brillando entre el sudor y las luces. Todo a la vez en todas partes. Los pensamientos o el habla de los personajes se diluyen en las fronteras entre el narrador y el personaje y nosotros, los lectores, atrapados, enfebrecidos. Desde el estilo indirecto libre, las voces en la novela de Ortiz Ruano pugnan por el privilegio discursivo que detenta Ainhoa, la voz dominante del relato.


Este estilo persiste hasta el capítulo cinco, titulado «Cinco cabezas», cuando cinco adolescentes asaltan y violan a Ainhoa. Ortiz Ruano, entonces, se sumerge en lo fantástico y lo mágico realista, creando una mitología doméstica para salvar la inocencia perdida de la niña.


Temerosa de no abandonar su estado febril, la narradora llega al capítulo doce, titulado «Sabrosura», donde Sabrosura teje mitos que Ainhoa atestigua en el carnaval de Esmeraldas por experiencia propia. El sin-palabras marca el fin de la ilusión. La niña-mujer cruza un umbral sin retorno, herida por pedazos de vidrio roto en la calle.


Hacia el último tercio de la novela, la narración se torna más directa y confesional, lo que completa la maestría de esta obra. El lenguaje poético y la inocencia se endurecen en un tono que va perdiendo lo dulce reflejando el proceso de (de)crecimiento de Ainhoa.


Fiebre de carnaval crea una segunda vida, una realidad alternativa, una geografía de afectos explorada a través del lenguaje. Los personajes de Ortiz Ruano, víctimas de la discriminación étnica, la explotación laboral y otras formas de marginación, permanecen invisibles.


En fin, que Fiebre de carnaval baila, sin saberlo, con el futuro de la novela. Y como dictan los Van Van, aquí gana el que baila.



Publicado originalmente en Nagari.

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