La genialidad de Bierce es comparable en su dimensión literaria a la de Poe, Maupassant, o Quiroga.
Al comienzo de “El incidente en el Puente del Búho”, un agricultor simpatizante con las huestes de la confederación sureña durante la Guerra Civil Estadounidense es llevado al referido lugar para ser ejecutado. Mientras los federados norteños asisten al desdichado en los últimos preparativos, el hombre, con la soga al cuello, piensa en una manera de escapar. Lo que prosigue no es para nada sorpresivo: Peyton Farquhar muere ahorcado.
En el plano de contenido –ese qué que nos ordena-, eso es lo que ocurre; del lado del discurso, en el plano expresivo –ese cómo del cual se compone el arte literario-, hay más.
“El incidente en el Puente del Búho” es uno de los cuentos emblemáticos de su autor, Ambrose Bierce, dotado por un humor pesado y sarcástico, y una escritura visceral plena en ironía y mordacidad. La genialidad de Bierce es comparable en su dimensión literaria a la de Poe, Maupassant, o Quiroga. Los elementos de fantasía y ciencia ficción en su escritura suelen hacernos olvidar la profundidad mayor de sus relatos, que es la filosofía.
A Bierce seguramente se le reconoce el protagonista de Gringo viejo, novela de Carlos Fuentes, donde el escritor, ya septuagenario, decide cruzar desde El Paso hasta México para unirse a las tropas de Pancho Villa. Durante Lo especulativo es lo que sucede después. Por un lado, algunos sostienen que Bierce era un espía y que, tras descubrirse sus intenciones, fue ejecutado por el propio Villa; otros reclaman que permaneció entre las tribus indígenas de la región y hay quien asegura que Bierce emprendió un viaje a través del tiempo, ayudado por alguna raza extraterrestre. Lo factual es que Ambrose Bierce desapareció sin dejar rastro.
La historia de “El incidente en el Puente del Búho” nos evidencia el interés de Bierce en retar las leyes del tiempo y el espacio. En tanto narración, la dispersión de eventos a través de un marco temporal dado supone el reto mayor de cualquier cuentista o novelista. Como en el “Macario” de Juan Rulfo, “El incidente” comienza y termina en el mismo topos. Lo que se mueve son las palabras, mayormente enunciadas como analepsis o flashbacks en unas ocasiones, como fluir de conciencia en otras. Esta es la innovación de este cuento, una técnica que refracta en cuentos como “La noche boca arriba” de Cortázar, o “Funes el memorioso” de Borges.
Narrar constituye un ordenamiento de eventos sucedidos en orden cronológico. La realidad Kantiana ocurre en términos temporales, y el ser solo sucede en el tiempo, reclama Heiddegger. Pero Bierce, en “El incidente”, vacía el tiempo de su espacio al momento que Peyton Farquhar comienza a pensar la forma de escapar su nefasta suerte. Así, los segundos que toma al oficial norteño remover la tabla sobre la cual posa la vida de Farquhar se convertirán en un tiempo sin tiempo, que es el tiempo onírico o de la memoria. La mente tiene esa capacidad cuántica.
El cuento goza de una arquitectura fragmentada. La primera parte nos habla de un hombre que será ajusticiado en la horca. La segunda parte se compone de una regresión a las circunstancias y motivos que llevaron al hombre –cuyo nombre se nos revela por primera vez como el de Peyton Farquhar- a atacar el Puente del Búho donde se apostillaban las tropas yanquis. O sea, se rompe la linealidad temporal por medio del flashback. La tercera parte viene elaborada por las maquinaciones de Farquhar para escapar, su eventual huida en carrera agitada por un bosque y el reencuentro con su amada esposa, el deseo que ilumina el camino durante el recorrido que le toma días y noches.
Pero es en el tercer tramo del cuento donde descansa el grueso de la historia.
“Al caer al agua desde el puente, Peyton Farquhard perdió la conciencia, como si estuviera muerto. De este estado salió cuando sintió una dolorosa presión en la garganta, seguida de una sensación de ahogo,” inicia el segmento. El narrador sugiere muerte y renacimiento en una misma secuencia.
El momento es clave: si Peyton no es mencionado por su nombre propio durante el primer movimiento del relato, ¿podríamos pensar que se trata de dos hombres en circunstancias similares? ¿Dos hombres separados en el mismo espacio pero separados por el tiempo? ¿Podría ser que “el hombre ” aludido en esa primera parte es otra persona, años más tarde, en otra guerra? ¿Tal vez durante una segunda guerra civil?
De todas formas, en esta tercera parte, la parte intelectual de la naturaleza de Peyton Farquhar queda cancelada: “La cabeza le parecía a punto de explotar. Estas sensaciones le impedían cualquier tipo de raciocinio, sólo podía sentir”, nos dice el narrador. Se privilegia la parte intuitiva del sujeto que Peyton es incapaz de reconocer: “Abrió los ojos en la oscuridad y le pareció ver una luz por encima de él, ¡tan lejana, tan inalcanzable!” Peyton le ordena a sus manos que dejen de moverse, pero estas no le obedecen. Su cuerpo entero es una fusión de sentidos: los sonidos se amplifican; las imágenes se magnifican. Ha adquirido, de hecho, una “sobrehumana energía”.
Luego, el final: “Peyton Farquhar estaba muerto. Su cuerpo, con el cuello roto, se balanceaba de un lado a otro del Puente del Búho.”
Entonces, el lector se entera de que el hombre no escapó y que todo sucedió en su mente momentos antes de morir ahorcado. Sin embargo, el resultado es el mismo: Peyton Farquhar se transforma. Pasa a ser otra forma de vida.
Lo literal trae doble filo: por un lado, al cierre del relato, ya sabemos que Farquhar ha sido finalmente ejecutado, así que deja la existencia física; por otro, nos enteramos que el hombre, a través de sus facultades mentales y la mediación simbólica de las imágenes y las palabras, ha escapado de su prisión de carne.
Lo que queda es la historia que se nos da entre compresión y expansión, dispersa en el continuo del tiempo. Como el propio Bierce, viejo eterno que, desde su nave, y diluido en mito, tal vez nos sueña maravillados con su cuento.
Publicado en Nagari el 01/09/2015
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