(In)scripturas de la hipnocracia: fragmentos para una lectura dislocada del momento
- Elidio La Torre Lagares
- hace 18 horas
- 6 Min. de lectura
El régimen hipnocrático no puede ser derrotado porque no tiene un centro. No tiene un líder que pueda ser depuesto. Es una atmósfera. Un estado. Un clima. Un campo. Todo lo impregna. Todo lo recubre. Todo lo penetra.

¿Hablar de un régimen? ¿Un régimen perceptual? ¿Un régimen que no ejerce la fuerza, que no apela a la razón, sino que circula, infiltra, se desliza por las grietas de la percepción colectiva? Llamarlo hipnocracia, como si nombrar pudiera capturar. Como si nombrar fuera detener. Pero la hipnocracia, nos dice Jianwei Xun, es ya una arquitectura sin cimientos, gaseosa, I-Cee. Está en pleno desarrollo, o mejor: siempre está, siempre estuvo en proceso, siempre “en devenir” sin clausura.
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Jianwei Xun no existe. Es un Xenomorfo algorítmico. Se abroga la autoría de Ipnocrazia. Trump, Musk e la nuova architettura della realtà. (Me lo leí en italiano y justo cuando lo termino, uno de mis estudiantes me dice que lo acaba de comprar español). Non c'e male. Jianwei Xun de todas formas no existe. Xun es una figura ficcional, una máscara autorial, un simulacro de autor, construido como parte de la propia Ipnocrazia que describe el autor real del metarelato, que es Andrea Colamedici, que es Jianwei Xun, que es Colamedici. El dilema es borgiano.
Andrea Colamedici cruza la filosofía con la literatura, la mitología, las redes sociales y la crítica cultural, buscando siempre un lenguaje que sea intelectualmente complejo pero comunicativamente eficaz. A veces, la fórmula fluye en sentido contrario. Crea a Xun como estrategia crítica y performativa para pensar la era de la hipnocracia. Su existencia “hiperreal” es parte del propio fenómeno que analiza. Y allí, en esa “gaseidad”, donde lo verdadero y lo falso pierden su distinción, donde la veracidad se diluye en su performatividad, el poder ya no es poder sobre cuerpos, sino sobre la atención, sobre la mirada, sobre la posibilidad misma de distinguir entre figura y fondo.
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Invisible, dice Xun. Invisible porque ya no necesita mostrarse. Invisible porque está en todas partes, y precisamente por eso no está en ninguna. Es un poder hipnótico. Un poder que no ordena, que no manda: que induce. Que convoca sin mandar. Que seduce sin someter.
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Jianwei Xun define hipnocrazia como «el primer régimen que opera directamente sobre la conciencia», un sistema de poder que no reprime físicamente ni persuade racionalmente, sino que induce un estado alterado de conciencia permanente, comparable a un «sueño lúcido» o una «trance funcional». En este régimen, la vigilia ha sido sustituida por un sueño guiado y la realidad por una sugerencia continua: la atención se modula como una onda, las emociones se inducen y manipulan, y la percepción se remodela capa tras capa.
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Xun sostiene que la hipnocracia no busca imponer una verdad unificada, sino que satura la percepción con múltiples realidades incompatibles, produciendo una «galería de espejos vertiginosa» donde simulación y realidad se convierten en sinónimo
«Cada evento, cada imagen, cada palabra… no representa la realidad: la sustituye».
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¿Sustituir? ¿O es que ya no hay nada que sustituir? La frase suena a eco de Baudrillard, al eco del eco del simulacro. ¿Quién representa qué? ¿Quién representa a quién? ¿Qué es lo que queda por representar? No importa si es verdadero, importa que sea creído. Croyable. Creíble. Creído. Creencia. Y la creencia es el campo donde se juega la batalla. No la materia. La conciencia. No el objeto. La percepción. Una «batalla por la realidad», pero ¿qué realidad, si la única verdad es que no hay verdad? ¿O es que toda verdad es una cita, un palimpsesto de signos que nunca tocan una presencia?
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Allí emergen dos figuras. No como líderes. No como individuos. No como biografías. Como dispositivos. Como operadores simbólicos, dice Xun. Trump y Musk: sacerdotes, oficiantes, médiums del nuevo paradigma. Uno vacía el lenguaje. Svuota il linguaggio. Lo repite, lo hace eco sin fondo. «Make America Great Again» no significa, hace. No comunica, convoca. El significante como mantra, el significante como tambor. El otro inunda la imaginación: Marte, Neuralink, libertad de expresión, la conquista del mañana que siempre es pospuesta.
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Prometer es ya producir. Prometer es ya hacer creer. Prometer es ya construir la expectativa. Musk habita el tiempo del “aún no”, el tiempo suspendido de la espera. Invisible. Pero ahí.
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Trump y Musk modulan los deseos, reescriben las expectativas, colonizan el inconsciente. Pero no colonizan desde fuera. Colonizan desde dentro, desde el deseo que ya era suyo, desde el sueño que ya era su guión. No ordenan. No prohíben. Modelan lo que es posible desear. Lo que es posible imaginar. Lo que es posible esperar.
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Y ¿qué es más eficaz que regular el deseo? El poder psicopolítico, diría Byung-Chul Han. El poder seductor. El poder que no prohíbe, sino que incita. Que no reprime, sino que estimula. Trump y Musk no gobiernan por decreto. Gobernan por narración. Narración que es imagen, que es frase, que es meme, que es tuit, que es consigna, que es rumor, que es viralidad. Narración que es campo magnético. No importa el contenido. Importa que circule. Importa que retumbe. Importa que produzca su efecto de creencia.
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«No es la racionalidad de sus argumentos, es su capacidad de generar campos hipnóticos». No necesitan coherencia. La coherencia es un obstáculo. Necesitan ritmo, cadencia, repetición. Trump tuitea sin filtro. Musk promete sin límites. No son errores. Son actos de desestabilización. Actos performativos. Actos hipnóticos.
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«No buscan la verdad, buscan el asombro. No aspiran a convencer, sino a encantar». La política como encantamiento. La política como magia simpática. La política como conjuro.
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La audiencia, la multitud, la masa, la comunidad digital: no es un público racional. Es un enjambre emocional, dice Han. Es una coreografía afectiva. Cánticos, gorros, vítores, hashtags, memes. Todo eso no es ruido. Es parte del ritual. Parte del trance. Parte del campo hipnótico compartido. Cada retuit no es solo una amplificación. Es una participación. Es una co-creación. La narrativa no es impuesta: es co-creada. La hipnosis no es recibida: es co-producida.
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Por eso incluso la crítica es absorbida. Incluso el escándalo refuerza. Incluso la refutación se convierte en prueba. Intentar desenmascararlos es confirmar su narración. Denunciar la mentira es alimentar la ilusión de que hay una verdad que ellos desafían. La oposición misma se vuelve parte del guion. La hipnosis perfecta es aquella en que todo, incluso lo que parece su negación, la sostiene.
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Trump dice y se desdice. Musk afirma y se retracta. Se contradicen y la contradicción no les resta, les suma. Son figuras de la paradoja. Figuras de la performatividad contradictoria. La disonancia no debilita su autoridad, la amplifica. Habitan la hiperrealidad. Habitan la narrativa desbordada donde no hay lugar para el principio de no contradicción. La incoherencia es su coherencia.
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«Trump no miente en el sentido convencional: habita verdaderamente la realidad alternativa que genera». Cree en su mentira. Vive en su ilusión. Musk se cree Mesías tecnológico. Cree en su propio mito. Esa sinceridad hipnótica los blinda. La autenticidad performativa. La fe escénica. No son cínicos: son creyentes. Y esa fe es la garantía de su poder simbólico.
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Porque lo que está en juego no es el contenido. Es la estructura. Es la forma. Es el flujo. Es la circulación. El régimen hipnocrático no puede ser derrotado porque no tiene un centro. No tiene un líder que pueda ser depuesto. Es una atmósfera. Un estado. Un clima. Un campo. Todo lo impregna. Todo lo recubre. Todo lo penetra. Y resistir no es escapar. Resistir no es salir del trance. Resistir es mantener una lucidez parcial. Un ojo abierto dentro del sueño. Una escritura que atraviesa su propio encantamiento.
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Por eso más que despertar, dice Xun, hay que aprender a leer dentro de la hipnosis. A mantener una alfabetización de la realidad que sea capaz de navegar los simulacros sin hundirse en ellos. Que sepa que cada signo es trampa y pista al mismo tiempo. Que cada narrativa es seducción y prisión. Que cada imagen es máscara y ventana. Que cada palabra es eco y espectro.
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Así, la Ipnocracia no es solo un diagnóstico. Es una condición. Es un nombre para nuestra era. Y Trump y Musk no son anomalías. No son excepciones. Son emblemas. Son síntomas. Son sacerdotes. Son la escritura viva de un poder que ya no necesita imponerse por la fuerza porque opera desde el deseo, desde la expectativa, desde la seducción. La única salida es aprender a leer el encantamiento sin caer del todo en él. O quizás ni eso. Quizás solo dejar escrito que fue así, que así pasó, que así nos sucedió.
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