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El latido suspendido: poética de la ruina en 10:04 de Ben Lerner

  • Foto del escritor: Elidio La Torre Lagares
    Elidio La Torre Lagares
  • 3 sept
  • 5 Min. de lectura

En la tradición de la novela moderna, donde lo narrativo se enreda con la conciencia de su propia imposibilidad, Ben Lerner ofrece una obra que se abre como ruina y permanece en ruina.


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Un hombre padece es diagnosticado con una aorta dilatada que podría romperse en cualquier momento; cualquier momento es la posibilidad de convertirse en padre biológico cuando su amiga Alex le pide que done su esperma; la posibilidad es la vida suspendida en una ciudad que se prepara para tormentas y apagones mientras la normalidad sigue su curso. La ciudad no es San Juan, es New York.


Pero, más que acontecimientos, Ben Lerner, en su novela 10:04 (FSG, 2014), despliega un modo de percepción, una escritura que convierte cada detalle cotidiano en materia narrativa cargada de densidad filosófica.En la tradición de la novela moderna, donde lo narrativo se enreda con la conciencia de su propia imposibilidad, Ben Lerner ofrece una obra que se abre como ruina y permanece en ruina.


Ya queda visto que desde sus primeras páginas, el texto se declara provisional: relato en construcción, escritura que sabe que no alcanzará nunca una forma definitiva. No se trata de una ficción clásica —donde personajes inventados habitan un mundo imaginario con autonomía respecto de su autor—, sino de una autoficción performativa.

El narrador comparte el nombre, la biografía y la voz de Lerner, y convierte su vida cotidiana en Brooklyn en materia novelística. El resultado no es una trama cerrada, sino una experiencia: la de existir bajo la amenaza constante del colapso.


Repito: no es San Juan City. Es New York City.


Ese colapso adopta múltiples rostros. El personal: la aorta dilatada que puede romperse en cualquier momento. El colectivo: huracanes que se aproximan a la ciudad y la posibilidad de un apagón total. El literario: la imposibilidad de sostener un relato como unidad coherente.


La novela no se dedica a hilar una relación causal, sino que deshila una historia como una precariedad; se lee como si el lenguaje mismo latiera bajo amenaza, consciente de que cada frase podría ser la última. Cuerpo y ciudad son tenor y vehículo intercambiables de la misma alegoría. La primera imagen del libro, precisamente, fija la clave alegórica: «The city had melted into a single organism of light and commerce, like a nighttime satellite photo of itself».


Nueva York se transforma en organismo monstruoso, un fósil vivo de sí misma. La urbe es metáfora de un archivo que porta su propia extinción en el acto de brillar. Esta mirada recuerda a Georgi Gospodinov, quien concibe la memoria como museo portátil: cada recuerdo es reliquia de lo efímero. En Lerner, la ciudad es un museo que se consume mientras se exhibe, un archivo vivo de su futura desaparición.


La enfermedad del narrador introduce otro eje. El diagnóstico del médico —«live as if every heartbeat were provisional»— convierte el cuerpo en reloj de arena. Cada latido es una prórroga, cada respiración una postergación del fin. El texto se escribe desde ese compás inestable: narrar es sostenerse en la cuerda floja de la mortalidad. Toda presencia es ya diferida, todo signo es resto.


De los futuros posibles, persiste la paternidad imaginada. La propuesta de Alex de concebir un hijo con la ayuda del narrador, no por contacto físico sino mediante donación de esperma, añade otra dimensión a esta poética de la suspensión. El protagonista se vuelve figura liminal: padre y no padre, presente y ausente, autor de un porvenir que quizá nunca se realice. El hijo posible deviene metáfora de todos los futuros imaginados que la novela acumula sin consumarse.


En 10:04 los futuros son microconstelaciones: luces que se encienden en el firmamento de la conciencia y se apagan antes de volverse destinos. La novela se convierte en un archivo contrafactual, un catálogo de existencias truncas. Lo que no ocurre pesa tanto como lo que ocurre.


El relato no clausura historias, sino que abre la experiencia del tiempo como espectro, como promesa que nunca llega, y donde lo banal se desplaza como escenario del desastreEs el supermercado Whole Foods, espacio de lo cotidiano, lo que se convierte en escenario apocalíptico: «I was in Whole Foods buying halibut with my advance, watching the storm approach on the flatscreens above the registers».


Lo cómico y lo terrible se entrelazan. Comprar pescado mientras se anuncia la devastación del huracán convierte la normalidad en teatro del colapso. Lerner revela que lo banal es siempre grieta hacia lo trascendental. La rutina es el umbral definitivo de lo absurdo.


La estética de Lerner radicaliza esta intuición. No se trata de representar grandes acontecimientos, sino de mostrar cómo la catástrofe late en la superficie trivial de la vida. La compra, la consulta médica, el paseo por Brooklyn se convierten en microescenas filosóficas. El realismo se reconfigura: lo sublime y lo ridículo habitan la misma superficie y dan paso a una ficción verdadera, auténtica, real. Aunque sea de mentiras.


La paradoja central de la novela se anuncia explícitamente: «The novel you are about to read is a work of fiction, but everything in it is true». No hay ironía en este gesto, sino una interrogación filosófica sobre el estatuto de lo narrado. Lo ficticio y lo real no se excluyen, se espejean. La escritura se ofrece como huella: ficción que porta verdad, verdad que sólo puede decirse en forma de ficción.


El título no es cifra alerta; es cronometría para entrar un portal en el tiempo. El enigma del título 10:04 encuentra su clave en la referencia cinematográfica que hace a la hora exacta en la que, en la icónica Back to the Future, un rayo cae sobre el reloj del ayuntamiento, deteniendo el tiempo y, paradójicamente, permitiendo el viaje temporal de Marty McFly de vuelta a 1985. El instante detenido abre la posibilidad de escapar al tiempo.Ese minuto congelado se convierte en emblema en 10:04. Es el tiempo suspendido: presente que no avanza, instante que contiene simultáneamente la catástrofe y la salvación. Es la persistencia del instante al que siempre se regresa.

Lerner convierte ese instante en cronotopía: espacio-tiempo donde el relato se detiene para abrirse a futuros posibles. En el proceso, termina postulando una teoría de la novela en ruinas.


Más allá de su trama mínima, 10:04 constituye una reconfiguración del género novelístico en clave contemporánea. La novela no es relato terminado, sino borrador perpetuo. El narrador comenta la novela que leemos, borra los límites entre autor y personaje. El libro se convierte en performance del acto de escribir. Tampoco hay cronología lineal, sino episodios fragmentarios, ensayos, recuerdos.


El tiempo de 10:04 es el de la catástrofe que no termina de estallar. Las escenas triviales adquieren densidad filosófica. Aquí Lerner muestra que la rutina es el escenario donde se dramatiza el fin del mundo como novela, ensayo, poema, archivo cultural; en fin, todo convive.


Se citan Whitman, Warhol, la meteorología, la medicina, Occupy Wall Street. La hibridez no es mero collage aleatorio: es estrategia para narrar la saturación de discursos que define la vida contemporánea.


La novela no acumula pasados, sino posibilidades fallidas. Es inventario de lo que no fue. El texto se sabe ficción, sí, pero también verdad que se despliega como huella imposible de fijar.


10:04 no ofrece certezas ni clausuras. Es escritura que se consagra a la incertidumbre, a la melancolía de los futuros perdidos; a la extrañeza de lo banal; a la certeza de que toda escritura es diferida; a la obsesión por el instante suspendido.


El título concentra esta poética: 10:04 es la hora fija en el reloj congelado que, al detenerse, abre la fuga; el latido provisional que nunca cesa.

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