A veces tarda toda una muerte para que llegue la vida.
El final siempre queda más próximo que el comienzo, sabemos, pero cuando se trata de poetas, es más difícil morirse, porque los poetas viven una realidad biológica y otra apalabrada. Entonces, no sabremos si nosotros nos inventamos las palabras, o simplemente ellas nos escogen.
Así sucede con la poesía de Tato Laviera, poeta niuyorican en cuya poesía se invoca a la historia de aquellos que, en un momento dado de la historia de mi país, comerciaron hambre por destierro en búsqueda de un inefable “Boricua Dream”.
En su poesía habita el reproche hacia aquellos que alguna vez lo rechazaron bajo el reclamo de que hablaba el español “to’ matao”, igual que su inglés: to matao.
Tato vivió y escribió, escribió y vivió un territorio imaginado al que podía llamar casa.
Hace apenas tres años, Laviera se enfrentaba a los embates de la edad, la diabetes que lo dejaba ciego y a un padecimiento cerebral que le limitó parcialmente el movimiento de su cuerpo. Sin dinero y autoexpatriado, se llevó toda su gloria al albergue Casita Esperanza, en el Bronx -“the Mainland”, como él lo llamaba- donde único había logrado encontrar posada ante la falta de un lugar fijo para vivir.
Un lugar dónde habitar. Tan solo eso. Una poética del espacio personal.
«Estoy desamparado», le dijo a un reportero del New York Times.
El pasado primero de noviembre de 2013, Tato finalmente encontró hogar en la paz.
Desde temprana edad, cuando su familia lo llevó a vivir a Nueva York, supo del desplazamiento. Se encontró desbancado. Solitario. Desposeído. Pero encontró su vocación de poeta cuando las circunstancias del racismo y la marginación le exigieron una voz. Tato Laviera, con obras como La Carreta Made a U Turn, AmeRícan y Enclave, se hizo poeta entre poetas como Pedro Pietri y Miguel Algarín.
Tato Laviera: Gran Scop. Shaman Urbano. Bohíque Mayor.
Laviera fue y será voz primigenia de la poesía niuyorican. Hacedor de caminos para muchos otros escritores latinos que le siguieron, no era “de aquí” ni era “de allá”, por lo que era doblemente excluido. Judith Ortiz Cofer, otra de las poetas y narradoras de la literatura puertorriqueña transnacional, lo dice de una manera que trabaja como un quiasma terrible: cuando ella estaba en la Isla, era la ‘gringa’, y cuando estaba en el norte, era ‘la boricua’.
Y si ni de aquí ni de allá, pues, ¿de dónde?
En el poema “My Graduation Speech”, Laviera se pregunta si, después de las oleadas migratorias y los viajes sin regreso de la isla a los Estados Unidos, podría volver a vivir en Puerto Rico. La pregunta es retórica, por supuesto. “Tato in Spanish/ Taro in English/ Tonto in both languages”, luego admite.
Dentro de las prácticas culturales prescritas como signo irrefutable de la identidad puertorriqueña, ninguna persiste tanto como la de hablar exclusivamente en español. «I think in Spanish» -confiesa Laviera en “My Graduation Speech”-, «I write in English».
A fin de cuentas, Laviera se reconocía como un producto híbrido, dos mitades que conformaban, en su suma, algo mayor que la totalidad misma.
Ni de aquí, ni de allá: de todas partes.
Claramente, en una sociedad poblada por dobles identidades (por ejemplo, como decir Italian-Americans, Mexican-Americans o Dominican-Americans), Laviera se entendía a sí mismo como un AmeRícan: «AmeRícan includes anything unimaginable/ You name it». En esta visión whitmanesca, abarcadora y acaparadora, Laviera, sin decirlo, hace notar que no existen Puerto Rican-Americans.
Mas me parece que, en esa búsqueda constante de un sentido de pertenencia, Laviera goza de un lirismo melancólico, una especie de blues particular que a veces resuena como un lamento borincano revertido a través de las figuras de retórica que se articulan en mucha de su poesía. Precisamente, los tropos de la parodia, la paradoja y la hipérbole recurren como formas constantes de transponer, transmutar y alterar la realidad inmediata expresada en poemas que descansan más en la tradición oral que en la cultura escrita. Pudieramos argumentar que son los recursos formales con los cuales Tato Laviera expresaba su deseo de cambiar su presente, que es lo mismo que decir que cepillaba el largo cabello de la esperanza.
De ahí también su musicalidad, sin olvidar que Laviera era también un gran rumbero. Y esos adjetivos encadenados… repican como una fiesta de tambores.
Creo que ningún poema recoge su ánimo existencial como lo hace “Commonwealth”, un término con el que se suele definir al estado de gobierno puertorriqueño, que es el Estado Libre Asociado.
Hoy día, mientas más imaginamos nuestra identidad, de maneras amplias y siempre en suma, más reconocemos al sistema de gobierno actual como una forma de gobierno, pues, paródica, paradójica, hiperbólica. El resultado es el mismo: confusión e indeterminación, elementos sobre los que Laviera, en completo reconocimiento de ello, capitaliza:
i will not proclaim myself,
a total child of any land,
i’m still in the commonwealth
stage of my life, wondering
what to decide, what to conclude,
what to declare myself.
Ser puertorriqueño, para Tato, es una condición, una manera de pensar y sentir que es, a su vez, muchas maneras de pensar y sentir. Incluso, en inglés. Ser boricua en los Estados Unidos es también entrar en una zona de alteridad espacial sin fronteras, en constante movimiento y expansión. Ser puertorriqueño es también, como la poesía, un estado del alma.
Tato ya está en casa. Home. Hogar. En el lugar en donde nacen los poemas.
Publicado en Nagari 30/11/2013
コメント