No hay convención que se precie sin un toque de excentricidad. Los personajes traen su propia micro-historia a la metanarrativa a medida que convergen en el escenario de encuentro, convirtiéndolo en un lienzo lleno de colores y contrastes paródicos y carnavalescos.
Un alienígena desciende una noche en medio de la convención Junior Stargazers para jóvenes prodigios en las ciencias que se celebra en la Ciudad Asteroide. Ante la mirada atónita de los presentes, entre los cuales se cuentan autoridades militares, el viajero cósmico se apodera del meteorito que sugiere el nombre de la ciudad y que, desde su caída 3,000 años antes, marca el cráter en dónde se desarrolla la actividad. La consecuente cuarentena abstraerá a la comunidad provisoria que se congrega a partir del homenaje a los jóvenes.
Desde una estructura de metaencuadre, la más reciente entrega fílmica de Wes Anderson, titulada, por supuesto, Asteroid City (2023), nos proporciona una experiencia de retro-ciencia ficción llena de complejidad y solipsismo absurdista. La historia sigue las intenciones del dramaturgo Conrad Earp (Edward Norton) en escribir una historia que provoque al espectador y le haga despertar de su realidad durmiente. Dormimos porque nos acunan el sueño.
Aquí estamos. Entreténganos, reclamaba Cobain en los ‘90.
Bajo el telón de una narrativa vibrante, emerge la figura del intrépido fotoperiodista de guerra, Augie Steenbeck (Jason Schwartzman), quien se adentra en el escenario de la convención de Junior Stargazer en compañía de Woodrow (Jake Ryan), su hijo adolescente dotado de intelecto, y sus tres hijas menores. Cuando su automóvil experimenta una avería inoportuna, Augie no tiene más remedio que hacer una llamada a su suegro, Stanley (Tom Hanks), un hombre que no siente precisamente afinidad por su yerno. Sin embargo, en un acto de magnanimidad disfrazada de interés paternal, Stanley persuade a Augie para que revele la trágica verdad a los niños: la reciente muerte de su madre.
En el devenir de los acontecimientos, Augie y Woodrow tienen un encuentro fortuito con Midge Campbell (Scarlett Johanssen), una actriz reconocida pero hastiada del mundo que la rodea, y su hija Dinah (Grace Edwards), quien, al igual que Woodrow, será honrada en la convención. Como hilos entrelazados en una trama enigmática, el amor germina lentamente entre estos pares de almas afines: Augie y Midge, Woodrow y Dinah mientras se van agregando personajes claves, entre ellos el general de cinco estrellas, Grif Gibson (Jeffrey Wright), que irrumpe en la escena con su imponente presencia, mientras que la astrónoma Dra. Hickenlooper (Tilda Swinton) aporta su vasto conocimiento en el arte de desentrañar los misterios celestiales. Tres adolescentes homenajeados, Ricky (Josh Lee), Clifford (Aristou Meehan) y Shelly (Sophia Lillis), acompañados de sus orgullosos progenitores, J.J. Kellog (Liev Schriber), Roger (Steve Park) y Sandy (Hope Davis), también hacen su aparición en el tablero de esta historia, a la que se suma un autobús cargado de niños de escuela primaria, custodiados por la joven y encantadora maestra June Douglas (Maya Hawke), a la que un músico llamado Montana (Rupert Friend) pretende; un mecánico que no arregla nada, Hank (Matt Dillon); y el gerente del motel donde se hospedan todos, personaje encarnado por Steve Carell.
Sin embargo, no hay convención que se precie sin un toque de excentricidad. Los personajes, a su modo, traen su propia micro-historia a la metanarrativa a medida que convergen en el escenario de encuentro, convirtiéndolo en un lienzo lleno de colores y contrastes paródicos y carnavalescos.
Como si el destino hubiera tejido una maraña de delicados hilos invisibles, la sinfonía de encuentros y desencuentros, amores y desafíos propondrán el problema narrativo: la fuerza de Asteroid City es su complejidad, pero ello igual podría constituir su debilidad.
Asteroid City se encuadra en creación y la puesta en escena de una obra de teatro titulada «Asteroid City», que, al mismo tiempo se nos presenta en pantalla como un teleplay, referida por un anfitrión al estilo de The Twilight Zone y que va hilando los universos paralelos de los acontecimientos. Así, la historia extra-teatral de Asteroid City sigue al escritor de la obra, a sus actores, productores y al director (Adrien Brody) mientras intentan encontrar sentido en los papeles que juegan en la obra mientras son elegidos para el proyecto y mientras desentrañan la intención profunda del escritor de la pieza dramatúrgica.
All the world’s a stage, escribió Shakespeare, de quien se dice nunca existió. Y nada es lo que aparenta ser.
La historia intra-teatral de Asteroid City relata la convención de jóvenes talentos de la ciencia que se reúnen para ser reconocidos por sus inventos y para competir por una cuantiosa beca estudiantil, cuyo confinamiento acelerará las dinámicas entre los miembros del disparejo grupo de personas donde impera el vacío del éxito, la soledad, la desesperanza y, sobre todo, la melancolía, todo superpuesto sobre un paisaje digno de un episodio del cartoon animado El correcaminos, ave que, de paso, abre y cierra el film.
Aquí estamos. Entreténganos, insisto.
Para la aparición del correcaminos y del alien, Anderson recurre a la técnica de animación «stop motion». Es decir, la representación por medio de lo hiperreal. Marge es una actor que encarna personajes que no son ella. Matt es un mecánico de título nada más. Augie oculta celosamente la verdad no solo sobre su esposa muerta, sino porque carga las cenizas de su esposa en un envase Toppingware, cosa que tampoco le ha notificado a sus hijos. Augie, irónicamente, se presenta como un fotoperiodista, un ser cuya labor, tal como planteó Cortázar en su célebre obra “Las babas del diablo”, sugiere la incapacidad del ojo humano para percibir la realidad en su totalidad. Sin embargo, hay un giro aún más intrigante en esta trama teatral, ya que Augie no es más que una invención del talentoso dramaturgo Conrad Earp, y tanto él como el propio autor son creaciones de la mente maestra de Wes Anderson.
Con cada uno de estos elementos, el universo narrativo se teje en una compleja red de ilusiones y autorreferencias que desafían los límites de la realidad y la ficción. Las imágenes comienzan a entrelazarse donde la línea de lo imaginario y lo real se desvanece, al punto que no sabemos (pero tampoco dudamos) del destino narrativo de la historia, el cual goza de su momento más definitorio en lo que es exactamente su momento más surreal e hipnótico donde los actores del teleplay rezan ante la cámara «You can’t wake up if you don’t fall asleep».
Eso es el filme.
No hay búsqueda de algún significado concreto. Todo es aproximación y simulacro y la sensación de que por buscar sentido a la vida perdemos las más preciadas conexiones humanas.
En una sociedad en la que la realidad ha sido reemplazada por representaciones y simulacros, el mundo genuino y auténtico es suplantado por una serie de imágenes, signos y símbolos que carecen de referentes reales, precisos o significativos. Para Baudrillard, el mundo contemporáneo se ha convertido en una serie de representaciones que imitan una realidad que ya no existe. En Asteroid City, insiste en dejar claro ante el espectador que la ciudad no existe y no existió o existirá.
Las representaciones y las simulaciones, según Baudrillard, han adquirido una importancia dominante, dando lugar a una realidad en la que es difícil discernir lo auténtico de lo falso.
La simulación ha superado a la realidad y se ha convertido en el referente principal.
Ciertamente: «You can’t wake up if you don’t fall asleep».
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