En La fiesta de la insignifancia, de Milan Kundera, la insignificancia viene a ser la corrupción de la vanidad en los tiempos de la espectacularización de la banalidad.
La insignificancia es la esencia de la existencia, dice el personaje de Ramón a D’Ardelo en una de las secuencias finales en La fiesta de la insignificancia, la más reciente entrega del escritor checo Milan Kundera. Está con nosotros en todas partes y en todo momento; está presente incluso cuando no se la quiere ver, añade. La insignificancia no refiere a lo inconsecuente. La primera confiere aceptación y humildad, mientras que la segunda deviene futilidad y necedad. La insignificancia, entonces, viene a ser la corrupción de la vanidad en los tiempos de la espectacularización de la banalidad.
Kundera acude a la facilidad del difícil decir humorístico para traernos una novela sin profundidad argumental, sin planteamientos elevados ni enrevesamientos. El humor polariza. La risa revierte el orden. Si por un lado en la novela se percibe el fantasma de la dictadura soviética que cayera en los años ochenta, es la risa el elemento redentor.
Tal vez es una invitación a encontrarnos de nuevo en una de las actividades más espontáneas del ser humano: el humor. Nada revela mejor el carácter de una persona como la risa, dijo Goethe. La risa, como la novela de Kundera, es antitotalitaria, porque es liberación. Es una fiesta de indiferencias, de lo que no es importante. Como las odas de Neruda.
Kundera recurre de vez en cuando a un absurdo surrealista light en algunas escenas, pero ninguna como la renuencia de Ramón a ver una exposición de Chagall simplemente porque se niega a hacer la cola para entrar al museo.
A veces no sabemos si reír por la seriedad de la broma.
Hay que saber reírse de uno mismo.
Como en el mundo de Rabelais, la farsa y la sabiduría se coquetean mutuamente para desentender la realidad de su noción de heterogeneidad. El imaginario rabelesiano disminuye lo grandilocuente y abarcador para reducirlo a unidades poéticas mínimas y simples. En la historia de la risa, la seriedad es trasgredida, si acaso ridiculizada. La lógica se debilita y el tono se va descolorando hasta llegar a los espectros semánticos que revierten el sentido de lo normativo.
La fiesta de la insignificancia, a través de sus cinco personajes protagonistas – Alain, Charles, Ramón, D’Ardelo y Calibán- propone un método locuaz para tiempos de desafecto: respirar la insignificancia que nos rodea nos hace sabios, porque es la clave del buen humor. Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella, dice Ramón. En fin, Kundera ha escogido el género novelesco para adentrarse en profundos cuestionamientos filosóficos sobre el lugar de los seres humanos en el presente momento histórico.
La estrategia no es nueva para Kundera. Como Camus y Sartre antes que él, el género de la novela propone un mundo que deja al descubierto, por la función de sus propios medios y por su propensión hacia el ordenamiento y la lógica, diversos aspectos de la existencia humana.
Como producto de la modernidad, la novela lleva la piel del tiempo.
Y, en efecto, narrar es desplazarse en el tiempo y a través del espacio por medio del lenguaje. En su tarea, el género se plantea interrogantes e intenta abordar alguna que otra respuesta. Por eso, Milan Kundera escribe novelas como una forma de actuar en el mundo.
Plantearse cuestionamientos filosóficos desde la cotidianidad parece ser el fuerte de esta novela episódica, breve y delectable, escrita para leerse con la misma liviandad existencial que Kundera abraza en trabajos anteriores. Así, Alain, por ejemplo, inicia sus disquisiciones sobre el ombligo femenino y casi lo convierte en una sinécdoque del erotismo femenino.
Precisamente, la primera vez que se sintió atraído por el misterio del ombligo fue cuando vio a su madre por última vez (la oración hace de título del capítulo en el cual narra ese primer encuentro, lo que le hace considerar el origen de la primera mujer, el primer parto, el primer dolor de Eva, que por haber sido creada, no posee ombligo. Casi con retórica filosófica, y partiendo de la erotización del ombligo, Alain procede a considerar los pliegues de su minucia: Madeleine, su madre, había querido terminar el embarazo, para lo cual había recurrido al suicidio arrojándose a un río (el regreso al útero). Un joven que atestigua el intento de suicidio la socorre e intenta salvarla, pero Madeleine termina por ahogar a su rescatador. La sensación de ser un hijo indeseado es irreparable.
El tema de la madre se ata a la historia de Charles, quien posee una empresa de catering e imagina una obra de teatro para marionetas, trabajo que nunca escribirá y en el que aparecería un ángel en el acto de cierre. Es una broma, dice Charles, quien también es detentor de un anecdotario sobre la vida de Stalin. Un chiste extendido que sirve para redimirse del inevitable dolor de perder a su propia madre, que se encuentra en patente agonía. Es así que a través de Charles encontramos planteamientos teogónicos sobre el papel de Dios y los ángeles en la confección de mitos que, a fin de cuentas, solo sirven para mediar la insignificancia de nuestra existencia. Los ángeles tampoco traen ombligo porque carecen de sexo.
D’Ardelo, por su parte, es un alma libre y mujeriego que se reconoce por sus bromas moralistas, optimistas, correctas, enrevesadas de cierta elegancia y complejidad que provoca reacciones inmediatas. Y de pronto ha decidido mentir a sus amigos y les informa que le ha sido diagnosticado un padecimiento de cáncer. Y, curiosamente, al pensar en el sinsentido de la mentira, D’Ardelo el impulso de la risa se apoderaba de él.
Eso. Solo risa.
Nada de explicaciones lógicas.
La risa es obliterar el pasado cruel. Cancela la memoria dolorosa. Ya antes, en El libro de la risa y el olvido (1978), Kundera apuntaba a la risa como placebo para las utopías perdidas, de la misma manera que en La broma (1967) ensayaba a plenitud el cinismo nihilista que se cuela en La fiesta de la insignificancia. En todo caso, Kundera termina por aludir a cierto grado de amnesia como metáfora de la discontinuidad con el pasado. El punto es evidente en las bromas de Charles sobre Stalin, que ya no provocaban nada de risa porque eso es fue la dictadura de Stalin: anulación y desplazamiento de la risa.
Finalmente, se añade el personaje de Calibán –mote sustraído de La tempestad, la obra de Shakespeare- se ha inventado su propio lenguaje, puesto que ya no es posible subvertir el mundo ni tampoco restituirlo. Sencillamente, el único camino era no tomarlo en serio, todo para proclamar que “la vida es más fuerte que la muerte, porque la vida se alimenta de la muerte!”. La risa es el elemento integral de regeneración.
La fiesta de la insignificancia es una novela que se escribe desde la composición de campo- se parte de ideas y caracterizaciones, si bien carece de la tierna complejidad de otras novelas de Kundera como La insoportable levedad del ser o de La inmortalidad, se nos plantea magistralmente ágil, con capítulos que se encabalgados unos en otros aunque carecen de relación causal en su movimiento narrativo. El reducto es una novela que no se lee como novela y donde la memoria es más un recinto de tristezas y soledades que han de ser apaciguadas con humor, sexo y alcohol.
Y hay más:
Kundera utiliza con eficacia todos los secretos que guarda en su escritura y empuja el género novelesco hacia sus límites. En el esfuerzo, nos trae a consideración la vigencia de la novela, o su relativa disolución.
¿No ha explotado ya todas sus posibilidades, todos sus conocimientos y todas sus formas?, se pregunta el autor en El arte de la novela.
La respuesta ya es obvia.
Publicado en Nagari el 30/09/2014
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