Vicios de construcción relaciona lo universal con lo particular y enhebra la transparencia con la opacidad. Su consecuencia dialógica convoca a una lectura atenta, escrutadora, la cual puede oscilar del aserto inmediato a la perplejidad.
Por Roberto Echevarría Marín
“La transparencia”, ha dicho el pensador caribeño Édouard Glissant, “ya no parece ser el espejo en el cual la humanidad occidental refleja el mundo en su propia imagen”. En efecto. Los discursos globales, los textos reduccionistas muestran un notable agotamiento, admiten los estragos de una historia contradictoria, connotan la imposibilidad de reducir al Otro o a la Otra a denominadores comunes. Esa claridad construida suele surgir del escamoteo de la realidad, de la ficción servida como hecho, de la burda ocultación de lo que el filósofo esloveno Slavoj Žižek llama el acontecimiento-verdad en referencia a la realidad concreta, palpable, evidenciable.
Vicios de construcción, un notable poemario del escritor y editor Elidio La Torre Lagares, afirma la negación, relaciona lo universal con lo particular y enhebra la transparencia con la opacidad. Este acercamiento estético incita a la complicidad, convierte al lector o a la lectora en un agente activo. Su consecuencia dialógica convoca a una lectura atenta, escrutadora, la cual puede oscilar del aserto inmediato a la perplejidad.
Por otro lado, el poeta deslinda su cronotopo creativo trasciende lo empírico, exterioriza la ubicuidad de las debilidades humanas, confronta a su audiencia con la irrevocabilidad del desacierto humano, con la perturbación suscitada por la finitud, con la proclividad innata a vampirizar al prójimo.
El título de esta obra retrata a la humanidad de cuerpo entero. Un examen somero de la historia revela que la imperfección degrada nuestros días. Tal vez alguna fórmula algebraica, sugiere el sujeto poético de “quiebra”, nos permita remediar promesas incumplidas, deshacer la indolencia, invalidar el pesimismo, sacudir la voluntad. De ahí su propuesta: “…podríamos invertir promesas/para solventar el desbalance…” Estas palabras sugieren dejadez, laxitud. Parecen simbolizar un albedrío exánime, típico de quien se resigna a obedecer los designios de un cielo encapotado. Esta aceptación, sin embargo, no supone pesimismo. Como se aclara a renglón seguido: “…demos la cuenta por cerrada, /pero sin aflicciones:/aun a las flores muertas/les sobrevive el fantasma de su perfume”.
La opacidad en Vicios invita al lector o a la lectora a participar en un animado diálogo con las voces narrativas y con el poeta. Las relaciones sintácticas y semánticas de las palabras y los versos imposibilitan elucidación fácil, desautorizan miradas infértiles. Surge así una tensión que desarma las concepciones a priori: “…mi calma,” dice la voz de “hacer las paces”, “pena historias/difíciles de rebasar”. En esta yuxtaposición de verbo y objeto directo, la calma convive con el dolor, denota una turbulencia anímica desarticulada por la conformidad.
La opacidad acciona un proceso libertario, una fuerza centrífuga que atestigua la presencia irreductible de la otredad. Por el contrario, el verso fácil, la aparente lucidez, señala el filósofo alemán Theodor Adorno, supone la inteligibilidad pasiva, refleja la gracia anodina de la tradición, genera interpretaciones homogéneas, recibe mimos del poder, desdibuja aristas críticas, torna lo potencialmente transgresor en cotidiano. O como lo expresa Glissant en su Poetics of Relations. Algunos individuos tratan de “…confinarse a sí mismos en la falsa transparencia de un mundo que solían dominar; prefieren no entrar en la opacidad penetrable de un mundo en el cual uno existe…con y entre otras personas”.
En el poema inicial, la muerte visita al poeta para deconstruir su presente forjado por certezas contingentes, por representaciones habituales, por la necesidad imperiosa de pertenecer al grupo social, aun a costa de subsumir una identidad emancipada y creativa bajo el palio inefectivo que configura la aprobación popular. Con la seguridad que imparte el conocimiento, le revela lo innegable: “…estás hecho de tierra, mar, /y olvido…” (“visitación de la muerte”)
A mi juicio, estos versos establecen la tónica representacional de “Vicios Estructurales”, la primera parte del libro, la cual comprende trece poemas. Sus referentes fondean en lo material, vadean lo transcendente. Recuerdos, identidades miméticas, la soledad, desencuentros y circunstancias fortuitas tejan una armazón paradójica de intangibles, ensamblan el andamiaje síquico de cada individuo.
“Los vicios funcionales” configuran la segunda parte del poemario. La muerte, apoteosis de todas nuestras crisis funcionales, unifica esta segunda parte. Desde el primer verso, se decanta la experiencia de la disolución del ser físico. Esta especificidad temática acorta la distancia entre el escritor, el yo poético y el sujeto lector o lectora. En “solo”, por ejemplo, la conciencia se nutre de lo vivido, y lo representa como sólo puede enunciarlo, en términos materiales.
“Lo que cruje en obras de arte”, afirma Adorno, “es el sonido de la fricción de los elementos antagónicos que la obra de arte trata de unificar”. En el ámbito de la funcionalidad trunca, “…hay ausencias/presentes/hay presencias/ausentes…” por lo que “siempre quedamos/impares” (“matemática”) y las “…cosas/…comienzan/a nacer viejas…” (“middle age crisis”). Asimismo el deterioro de los huesos, el empobrecimiento de la memoria, la fugacidad de la palabra, la retirada del amor y la pasión transmutada en fuego consumidor supuran saldos, trazan signos de interrogación, definen el trance de la funcionalidad.
Finalmente, en “Vicios de Terminación”, el escritor juega con las implicaciones semánticas del título. Él, entre otras cosas, representa lo inalcanzable de la perfección contrapuesto al performance implacable de la muerte. Una lectura optimista, sin embargo, parece insinuarse. Si el arte, como suponen Adorno y Mijael Bajtín, es un producto inacabado, bajo revisión continua, se podría entonces afirmar que los vicios de construcción pueden subsanarse, por cuanto han sido identificados por una conciencia desperezada.
El poeta, en esta sección de cierre, examina contrapone elementos culturales. En “sex and the city”, por ejemplo, la voz poética fractura el referente, desvanece las asociaciones que suele evocar esta conocida serie de HBO. No se plantean las angustias existenciales, los desamores y los devaneos eróticos de mujeres anglosajonas profesionales. Esta mirada caribeña, por el contrario, remite a gente común, hombres y mujeres invisibles, quienes examinan sus diversos cronotopos con profundidad desconocida para los personajes de este dramón glorificado. Transgresores culturales también repercuten. En “poema en grafito para Basquiat”, se califica al célebre creador de “…lumpen bardo del aerosol…” Igualmente el sujeto poético de “tienda de descuentos en San Juan”, recuerda a Andy Warhol mientras camina por los pasillos de Topeka. Se desestabilizan así las usuales asociaciones y sus respectivos espacios.
Finalmente, los interlocutores de estos poemas inacabados sólo pueden negociar, reflexionar para tratar de armonizar lo material y lo intangible, la ciudad, el mundo y el cosmos. En “trece maneras de pensar la noche”, tiene lugar una lucha entre el sujeto poético y su reflejo, en la cual vence la ambigüedad que suscita lo trascendente: “…soy más que él:/yo tengo corazón/ él es mas que yo: no necesita el cuerpo…”. En “soap opera”, la materia contiende con la idea: “…habría que ensayar/nuevas ecuaciones/del entendimiento/para dilucidar/entre el paisaje/de tu carne/o la idea de mi hambre…”
La Torre, en “sentida nota de duelo”, el poema concluyente, sugiere que de alguna manera su impronta permanecerá en el mundo, que se eternizará en sonrisas, gestos y abrazos significativos. Y para ello, habrá de remover sus imposturas para revelarse a sí mismo, en abierto desafío a la finitud, a lo enaltecido devenido en carroña, en contraposición a la inercia reveladora de Yorick, el silente interlocutor de Hamlet. Se proclamará presente allí, en la transparencia que descubre sus inconsistencias y en la opacidad que transpira el misterio, donde refulge, derrotada la nada, en “…el destello que asoma como estrella lejana, /ahí, entre las palmeras de pestañas en la mirada de su hija.”
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