Amuleto, de Roberto Bolaño, cuelga entre un polo material, que es la historia de la masacre de Tlatelolco, y otro ideal, que viene poblado de alucinaciones, sueños y memorias.
Este es el amuleto:
Alguien entra al baño donde la mujer se refugia. La mujer lleva días allí y su nombre es su necesidad: Auxilio. Todo en orden mi sargento, escucha decir, y entonces la mujer, atrincherada en el váter, piensa en la proximidad del final. Levanta los pies lentamente «como una bailarina de Renoir» e imagina que quienquiera haya entrado revisará uno por uno los puestos de baño e irremediablemente dará con ella. Auxilio se propone defender el último reducto de autonomía universitaria y resistir a lo que su presencia descubierta conceda.
Quien entra es un soldado y su intervención es parte de la toma por la fuerza de la Universidad Nacional Autónoma de México por parte de las fuerzas militares del gobierno mexicano. La fecha es el 2 de octubre de 1968. Afuera, los estudiantes de la UNAM protestan y el ejercito de Díaz Ordaz está al asecho.
Lo que prosigue es un silencio.
Un silencio de corazón que detiene los latidos. Un silencio que enfila entre la vida y la muerte. en el principio, fue el silencio. Luego, nació la palabra, una violencia rara.
Las leyes de la matemática la protegen, piensa la mujer. La fuerzas de las tiránicas leyes del cosmos se oponen a las leyes de la poesía. En la singularidad del cuarto de baño, encuentra su opuesto: el soldado la busca. Se mira al espejo del baño y, a partir de ese momento, el soldado y Auxilio se asumen como «las dos caras de una moneda atroz como la muerte».
Auxilio, cuya forma de desplazarse hacia el objeto observado es «como si trazara una espiral», se fusiona con la refracción especular del soldado. Pero Auxilio también es Remedios Varo, Leonora Carrington, Eunice Odio y Lilian Serpas. Auxilio, la madre de la poesía mexicana y de todos los poetas, como ella se autoproclama, dará a luz a la historia y se convertirá en la testigo del destino de Latinoamérica entero. De pronto, nos confrontamos con dos posibilidades: o Auxilio está loca, o tiene la capacidad de desplazarse por planos existenciales paralelos.
La protagonista de Amuleto es Auxilio Lacouture. La novela de Roberto Bolaño surge como desplazamiento, retoma, desvalijamiento, desmenuzamiento y ensamblaje del cuarto fragmento de la parte II de Los detectives salvajes. Viajera en constante movimiento, va de Uruguay a Argentina a México y delega la decisión en sus desvaríos mentales. O sea, por locura. Tal vez fue la locura.
El tema de la inestabilidad mental requiere tratamiento artístico y comedido para que sea caótico y artístico. La incoherencia no puede ser consciente, porque la locura no lo es. Por tanto, que Auxilio se considere loca a sí misma pues no deja mimos para la compasión. Su locura es, entonces, la de otro reino: la beatífica, la de los vagabundos del Dharma como instancia elevada de la existencia.
Bolaño parece en sus mejores momentos un Jack Kerouac lúcido y delirante a la vez, intensamente espiritual. Bolaño es un beatnik estoico que busca la iluminación ciega en la cotidianidad de la vida. Observa el mundo con los ojos inocentes con que Kerouac emprende su búsqueda en el camino y encuentra la locura absoluta y fantástico de hacer la vida a plazos cortos.
Contingente y admisible, la locura es una experiencia reactiva egoica en lugar de un padecimiento. El comportamiento de la nueva bohemia poética y sus formas de arte a menudo asumen en Bolaño una apariencia de locura, pues sus personajes descubren, sin darse cuenta a veces, la intensidad que reside en vivir la locura. Catarsis de experiencia peligrosamente acrecentada. Producción y consumo del deseo ante la caída aparatosa de las utopías.
De esa locura beatífica, la propia Auxilio se plantea: «Me estoy volviendo loca?… ¿Fue ésta la locura y el miedo de Arturo Gordon Pym», aludiendo a esa novela de cegueras blancas de Edqar Allan Poe y donde la civilización y la barbarie, esa gran dicotomía de Nuestra América, oscilan en torno al eje argumental.
Estipulado quede: es una locura sana.
Por otro lado, Amuleto guarda para sí secretos de la física cuántica, la teoría de cuerdas como una teoría de todo, quizá a manera presentar a Auxilio como una viajera en el tiempo que se desplaza en el pasado, presente y futuro de México y de toda América Latina para presenciar, tristemente, al final de la novela. O el final de todo. O quizá el loco soy yo.
La narradora, Auxilio, tiene conciencia de su auditorio, al que llama «amiguitos». La uruguaya trabaja para los poetas León Felipe y Pedro Garfias, ambos, como ella -como Arturo Belano (uno de los personajes protagonistas de Los detectives salvajes) o como el propio Bolaño- exiliados. Garfias frecuentemente observa un florero cuya boca negra y sin fondo asemeja un hoyo negro en el cosmos (algo que notaron María Burgos y Camila Padín, estudiantes de mi curso novela experimental), y que es solamente abarcable por la tristeza de Garfias. En un momento dado, el pasillo de la Facultad de Filosofía y letras parece que «hubiera entrado de golpe en la dimensión desconocida». Por las noches, Auxilio crece, se transforma, se convierte en un murciélago y transita por la bohemia mexicana.
Auxilio cree que la vida está cargada de cosas enigmáticas, «pequeños acontecimientos que sólo están esperando el contacto epidérmico, nuestra mirada, para desencadenarse en una serie de hechos causales que luego, vistos a través del prisma del tiempo, no pueden sino producirnos asombro o espanto».
El desplazamiento de Auxilio por el tiempo, en la medida que ella narra desde el váter, haría pensar que ha entrado en un vórtice de tiempo, quizá un wormhole, en donde todos los riesgos y todos los misterios se manifiestan de maneras cuánticas, desde la aparición y reaparición de personajes que cruzan planos existencias hasta anomalías paranormales. Así, «el año 68 se convirtió en el año 64 y en el año 60 y en el año 56. Y también se convirtió en el año 70 y en el año 73 y en el año 75 y 76. Como si me hubiera muerto y contemplara los años desde una perspectiva inédita. Quiero decir: me puse a pensar en mi pasado como si pensara en mi presente y en mi futuro y en mi pasado, todo revuelto y adormilado en un solo huevo tibio».
Aquí huele a Lovecraft y a Philip K. Dick. Pero también a Hawkings y Michio Kaku. La ciencia física, sin duda, informa a Amuleto sin hacer de esta una novela de ficción especulativa.
Mas luego el relato contrasta con la imagen realista del recuento que Auxilio describe en el capítulo 2: «Me asomé a una ventana y miré hacia abajo y vi soldados y luego me asomé a otra ventana y vi tanquetas y luego a otra, la que está al fondo del pasillo (recorrí el pasillo dando saltos de ultratumba» dice, y añade: «y vi furgonetas en donde los granaderos y algunos policías vestidos de civil estaban metiendo a los estudiantes y profesores presos, como en una escena de una película de la Segunda Guerra Mundial».
Es un Aleph borgiano.
La nefasta Masacre de Tlatelolco, que Auxilio atestigua y resiste de el baño de la Facultad de Filosofía y Letras, deja entre 200 y 300 muertos. Esto, por supuesto, no es ficción. Así, la novela de Bolaño se cuelga de un polo material, que es la historia de la masacre de Tlatelolco, y otro ideal, que viene poblado de alucinaciones, sueños y memorias.
Y luego, el capítulo de cierre.
Auxilio atestigua (¿alucina?) desde su refugio sanitario la imagen de un grupo de niños que cantando se dirigen directamente hacia un precipicio. Es el fin de un valle. Es el fin de un canto.
Y el canto habla de la guerra. De hazañas heroicas. Y de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados.
Con el paisaje, al pie del abismo, cae el relato.
Locura beatífica o visión cuántica, en efecto: este es nuestro amuleto.
Publicado en Nagari el 01/12/2018
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