País de nieve, de Yasunari Kabawata, es una novela escrita con la parquedad y sutileza de un haiku, se escribe con belleza y se va apocando en la intimidad poética de los personajes.
La novela comienza con un tren que emerge desde la negrura de un túnel y se adentra en la blancura silenciosa del paisaje invernal japonés. El tren se detiene en un cruce, y una mujer abre una ventana para hablar con el guarda, que porta un farol y lleva orejeras cerradas bajo una boina, con una bufanda que apenas deja una rendija para ver. “La soledad se le hará dura”, dice el guarda, refiriéndose al destino que espera a Yukio, el paciente a quien ella acompaña en un último viaje hacia un poblado en la montaña.
La soledad se hará dura.
Yukio ha decidido regresar a la montaña en busca de Komako, una geisha que, según los susurros que circulan, alguna vez fue su prometida.
El frío se cuela en el vagón donde un diletante llamado Shimamura viaja hacia una casa de aguas termales. Allí conocerá a Komako, quien, en contra de las reglas que rigen a las geishas, se enamorará de su cliente. El frío sugiere lo que el lector está a punto de descubrir: dos almas, en su búsqueda desesperada por sentido, intentarán encontrar consuelo en la necesidad mutua.
Pero las hojas caídas nunca regresan a su árbol.
País de nieve de Yasunari Kawabata es una novela que, como un haiku, se despliega con una belleza parca y sutil, disolviéndose en la intimidad poética de sus personajes. Kabawata (1899), el primer japonés en recibir el Premio Nobel, quedó huérfano a los dos años, y su vida fue un continuo proceso de comprender el vacío que lo rodeaba. Durante su juventud, comenzó a escribir relatos que publicaría en sus primeros años universitarios. En 1926, su historia «La bailarina de Izu» apareció en la prestigiosa revista Bungei Shungu, y su carrera literaria apenas comenzaba. Para cuando publicó su obra maestra, País de nieve, en 1935, Kawabata ya era un referente en la literatura japonesa.
País de nieve es una novela que aspira a ser poema. Descubrí este libro gracias a los intereses investigativos del estudiante Rafael Rodríguez Planas, quien me invitó a formar parte de su comité de tesis de maestría. La novela está poblada de personajes cuyos destinos trágicos se entrelazan, generando reacciones emocionales que determinan sus caminos. Shimamura, un intelectual adinerado de Tokio, busca aislamiento en las montañas del Japón occidental, donde se encuentra una remota casa de aguas termales. Allí vive y trabaja Komako, una joven geisha que, a pesar de ser consciente de la futilidad de su relación con Shimamura, se entrega a ella. Su vínculo se fundamenta en la miseria compartida, en una conexión que carece de la mutua comprensión que caracteriza las relaciones sanas y felices.
Desde su llegada, Shimamura, en su segunda visita al lugar, percibe que todo ha cambiado. El paso del tiempo es ineludible, y la transitoriedad de las cosas se hace evidente. Komako, por su parte, lucha por equilibrar su seguridad laboral con su vida personal, mientras intenta construir una relación con Shimamura, consciente de la brevedad del momento. Sin embargo, Komako sabe que al prolongar el anhelo, también aproxima el desastre.
País de nieve no es una novela de amor convencional. Es un libro donde la necesidad de afecto se asemeja a un origami bajo la lluvia: se arruga, pero se hace transparente.
Como el hombre del farol en la escena inicial, con orejeras cerradas y una bufanda que apenas permite ver, la novela se desarrolla en el ocultamiento de los sentimientos. Como una polilla en su crisálida, los personajes tendrán su momento de apertura sombría, y como la polilla misma, sucumbirán ante la luz de la verdad.
La metáfora de la polilla, inmortalizada en «Muerte de una polilla» de Virginia Woolf, cobra especial relevancia al inicio de la segunda parte de la novela, cuando Shimamura recuerda la advertencia de su esposa antes de partir hacia la casa de aguas termales: «Es época de polillas», le dice. Una vez en la posada, Shimamura ve una polilla en la malla de la ventana y la asocia con una pulsión de muerte. Al golpearla con su dedo, la ve precipitarse al vacío. Es aquí, precisamente, donde opera la novela: entre la vida y la muerte, el amor y el repudio, la verdad y la ilusión. Trascender la dualidad implica riesgos y satisfacciones.
Como en la práctica del budismo Zen que informa la escritura de Kawabata, el comportamiento de los personajes no puede ser racionalizado, como tampoco pueden serlo sus destinos trágicos. Vacíos de propiedades objetivas, se revela la naturaleza fundamental de las cosas: su vacuidad. La realidad de los personajes no se da en lo causal, sino en el propósito, o en su defecto, en el despropósito. Shimamura, por ejemplo, es un crítico que escribe sobre ballet occidental sin haber presenciado uno. Al final de la novela, cuando Yoko muere en medio de un incendio y Komako la sostiene en sus brazos, el diletante cae al suelo y mira hacia el cielo, desde donde siente «el estruendo estelar de la Vía Láctea».
Sin duda, cuando la soledad se vuelve más dura, de la nada surge la mente.
Publicada en Nagari el 01/06/2022.
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