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Foto del escritorElidio La Torre Lagares

La inteligencia del corazón

No conocemos el corazón y precisamos ilustrarnos de muchas maneras desde el grado cero de la existencia, justo donde Ana Clavel sitúa su Breve tratado del corazón, una novela constituida por cuatro historias distintas que se afectan mutuamente.


El corazón tiene cuarenta mil células designadas a modo de complejo neuronal y que poseen la capacidad de funcionar como un cerebro. Las células piensan independientemente del cerebro craneal, y el corazón, es de esperarse, conforma su propio dominio. Así, el órgano físico se comunica con el corazón espiritual.


No conocemos el corazón y precisamos ilustrarnos de muchas maneras desde el grado cero de la existencia, justo donde Ana Clavel sitúa su Breve tratado del corazón (Alfaguara, 2019), una novela constituida por cuatro historias distintas que se afectan mutuamente.


A partir de la modernidad, el corazón, sabemos, se polariza como antípoda de la razón. Se le atribuye al corazón la condición de desvalido frente al poderoso cerebro y su tiranía sobre la voluntad y el cuerpo. La tensión dialéctica supone una batalla honrosa entre dos contrincantes dignos de enfrentamiento. Pero es una batalla en la que la modernidad ha depositado sus apuestas a favor del cerebro, como si el corazón no pensara.


Por alguna razón, el corazón, como contenedor de la vida anímica del ser humano, así como de la vida afectiva, llevará las de perder. Y aún así, sea atribuible a un delirio romántico o a cierta debilidad psíquica, el corazón siempre deja mal parado al cerebro.


El corazón es vasija. Urna. Aleph.


En asuntos de amor, alegría, tristeza, valor, desanimo, dolor u odio, el corazón vive de acciones. En el corazón se localiza la conquista emotiva, pero también la derrota afectiva y duele. Por tanto, el corazón debería ocupar mayor prevalencia en nuestra vida intelectual.


Como decir una inteligencia.


Así, tiene voluntad autónoma. Se comporta como un necio. Se vuelve vago. Obvia lo evidente. Y alberga todo lo bueno y todo lo malo. En fin, el corazón merece ser tratado, sea de manera breve o extensa.


Ciertamente, en su ejercicio del tratadismo clásico, Ana Clavel recorre los registros narrativos y expositivos de diversas fuentes de conocimiento que abarcan la filosofía, la espiritualidad, la historia, la ciencia, la poesía y la mitología, en diálogo con las cuatro historias principales de la novela.


Cuatro historias como las cavidades del órgano físico. Cuatro historias como sus cuatro válvulas. Además, la novela se divide en dos partes, como dos tabiques.


La prosa de Ana Clavel transita como flujo sanguíneo por este corazón de libro, que es también una ciudad. Es el hilo rojo del destino.


La primera historia nos cuenta de Sandra, una mujer poblada de voces oraculares que le incitan a quitarse la vida y con las que aparenta estar de acuerdo hasta que recuerda que no ha visitado el Taj Mahal. Entonces, la luz. No podía morirse sin ver el poema de monumento indio, que también se erige como muestra de amor inacabable del emperador Sha Jahan hacia su difunta esposa. Como decir que el amor no muere mientras su regidor tenga latidos.


Si el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio (Camus), para Sandra la vida no estará completa sin presenciar la majestuosa maravilla arquitectónica. Entonces lo habrá visto todo, y las consideraciones entre la vida y la muerte tendrán su respuesta.


En su peregrinación hacia India, Sandra encuentra un libro titulado La Desconocida del Sena durante su parada en Francia. El título alude al nombre dado a una hermosa joven ahogada al pie del mencionado río para fines del siglo XIX, y la que aparentaba haberse suicidado. La joven había muerto con una sonrisa extraña y dulce, comparable a la de la Mona Lisa. La Desconocida había quedado inmortalizada en una máscara de yeso que el médico forense que la atendió se ocupo de hacer. La máscara en la era de la reproducción mecánica había alcanzado el estatus de fetiche. Cuando Sandra se encuentra con una de estas máscaras, se reconoce en la Desconocida. Es un encuentro cuántico.


El destino se conoce y Sandra, una vez cumple su cometido, terminará en un una urna lapislázuli que la lleva a la segunda historia. En esta, corresponde a Horacio, el protagonista de la secuencia, recoger la urna junto a Daniela, su joven amante a quien él le dobla la edad. No es tanto una circunstancia de crisis de mediana edad como se trata del resurgir vitalicio de Horacio luego de someterse a una operación del corazón y descubre que ya ha dejado de amar a su esposa.


El corazón, en fin, es inquieto. Es Dios. Sexo. De la corazo-Nada va al corazo-Todo.


Horacio descubre entonces que, al conocer a Daniela, todas las pasiones de su juventud resurgen. La vitalidad. La virilidad. El deseo tiene carne y Daniela es un lenguaje: Horacio no sabe si él la posee a ella o es ella quien lo posee a él. No cabe razonamiento posible. Si la conciencia es un acuerdo entre el cerebro y el cuerpo, el corazón posee su propio mecanismo pensante a través de un intenso campo eléctrico.


Pulsos electromagnéticos. Campos rítmicos. Ondas de información. ¿Quién lo entiende?


La segunda parte comienza con la devastadora historia de Casandra, una chica que es emboscada en el metro del DF y termina descuartizada en el interior de una valija. Le va la vida despedazada; el alma, acongojada. El fantasma de Casandra vaga por las calles de la ciudad sin encontrar solaz porque uno de los perpetradores del horrendo asesinato le ha devorado el corazón. Literalmente. Como una Scherezada irremediable, no le queda sino reproducirse en la historia que cuenta, la única manera de recuperar el sentido de compleción. Es su voz, pero también se hace de otras voces noctámbulas.


El corazón es la verdadera lámpara de los deseos. También es laberinto.


Así, la última historia de la novela viene en la voz de Omar Santa Cruz, un sicario que deriva placer y gusto por la carne humana. Es Omar uno de los asesinos de Casandra y quien degluta el corazón de la sufriente mujer, razón por la cual no podrá descansar en el mundo de los muertos. El sicario aviva el fuego infernal. El poseedor de voces, toda una legión. Omar, en su sanguinario espacio, opera de manera incongruente con el mundo sensible. No tiene corazón, podría decirse. Tampoco tiene conciencia que cargar.


Al final, las cuatro historias no son otra cosa que el mismísimo corazón latente de Ciudad México, donde amar persiste como una forma de inteligencia. Y solo lo que se ama, duele.


Breve tratado del corazón fascina por su escritura inteligente que no reduce al lector a mero recipiente de información, sino que lo pulsa vivo con el ludismo intertextual del que Ana Clavel se vale y que propone por medio del arte digital, fotos, mitos, noticias y microrelatos que dialogan con las cuatro historias principales.


En fin, son cuatro historias de agua, tierra, aire y fuego. El quinto elemento se encierra en el corazón.

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