Durante siglos, la historia de Troya y su guerra fue tomada como un relato mitológico, sin una base histórica concreta. Los críticos consideraban a Homero más como un narrador de mitos que como un historiador.

Se trataba de un mito. Una metáfora. Una historia sincopada en el tiempo por la tradición oral hasta que conoció la tinta. Pero para Heinrich Schliemann, constituía el reino de los sueños. Al igual que Alejandro Magno, Schliemann vivía obsesionado con la Ilíada de Homero, y estaba convencido de que no era una epopeya lejana producto de la imaginación, sino un documento de valor histórico factual. La legendaria Troya, considerada durante siglos una mera ficción poética, codificaba entre sus páginas una realidad tangible.
Aunque muchos eruditos de la época consideraban los relatos homéricos como meramente mitológicos, Schliemann vivía convencido de las bases históricas reales de los eventos de la Guerra de Troya. Para la crítica del siglo XIX, Homero translucía más como un narrador de mitos que como un historiador.
La Guerra de Troya, centrada en el asedio de la ciudad por parte de una coalición de fuerzas griegas, dimensionaba en el imaginario del empresario y arqueólogo aficionado Heinrich Schliemann. En 1868, comenzó la búsqueda de la verdadera Troya, guiado por las descripciones de Homero y por estudios previos de otros investigadores.
La arqueología, como disciplina, había despuntado en el siglo XVIII tras el descubrimiento de Pompeya y Herculano y, en el siglo XIX, a raíz del romanticismo, se adhirió al emergente sentido de buscar en el pasado, de rescatar la memoria, de cifrar la historia como el flujo de la experiencia en el tiempo.
Entrada ya la primera fase de la modernidad, y tras el creciente sentido generalizado de preservar los signos del pasado, Schliemann fijó su atención en una colina en Hisarlik, en la costa noroeste de Turquía. En 1870, comenzó las excavaciones que llevarían al descubrimiento de varias capas de asentamientos, una de las cuales Schliemann identificó como la Troya homérica.
Lo que irrumpe en el orden habitual de las cosas nunca es meritorio de la aceptación generalizada. Por supuesto, Schliemann invadía el campo de una nueva disciplina de estudios, la arqueología, que aplicaba métodos científicos (lo concreto y objetivo) para entender la experiencia humana (que pertenece al dominio de lo que se siente) en el tiempo.
Las excavaciones de Schliemann en Hisarlik revelaron una serie de nueve ciudades superpuestas, construidas y destruidas una sobre otra a lo largo de milenios.
Schliemann creyó haber encontrado la Troya homérica en la segunda capa (Troya II), datada en la Edad del Bronce. Sin embargo, más tarde se determinó que Troya II era anterior a la época de la Guerra de Troya descrita por Homero. Pero el hallazgo más espectacular de Schliemann fue el llamado "Tesoro de Príamo", un conjunto de joyas, armas y otros objetos valiosos que el arqueólogo aficionado atribuyó al legendario rey troyano.
Sin embargo, las técnicas de excavación de Schliemann, que bajo los estándares presentes recaen en lo rudimentario, en lo descuidado y lo destructivo, destruyeron capas superiores que podrían haber contenido otra evidencia crucial.
El público en general reaccionó con asombro y fascinación al enterarse del descubrimiento de Troya. La posibilidad de que una ciudad mítica, conocida principalmente a través de la Ilíada de Homero, hubiera sido desenterrada, capturó la imaginación de personas en todo el mundo. Los medios de comunicación de la época se hicieron eco de los hallazgos de Heinrich Schliemann, quien se convirtió en una figura célebre casi de inmediato. Las narraciones épicas de Homero cobraron nueva vida, y el descubrimiento de Troya permitió a la gente conectar con un pasado remoto de una manera tangible y concreta.
A pesar del entusiasmo general, el descubrimiento de Troya también fue recibido con escepticismo en los círculos académicos. Los estudiosos desestimaron el descubrimiento del “Tesoro de Príamo”, que Schliemann aseguró haber encontrado en el sitio y atribuyó al legendario rey troyano, y dudaban de que Troya pudiera identificarse de manera tan precisa a partir de meros relatos.
No obstante, el hallazgo de Schliemann generó nuevas investigaciones y excavaciones en el sitio, que llevaron a una reevaluación de las capas de asentamiento encontradas en Hisarlik. Los estudios posteriores, especialmente los realizados por Wilhelm Dörpfeld y Carl Blegen, contribuyeron a una comprensión más matizada de la estratigrafía del sitio, identificando Troya VI y VII como los niveles más plausibles para la Troya homérica. Estos estudios confirmaron que Troya era un importante centro comercial y cultural en la Edad del Bronce, con conexiones extendidas por el Egeo y Anatolia.
El descubrimiento fue celebrado como un triunfo del espíritu de exploración y aventura.
La idea de Troya trascendía su realidad histórica para convertirse en un símbolo perdurable de la lucha, el heroísmo y la tragedia. La Troya descubierta es, en última instancia, un puente entre la imaginación humana y la evidencia material, una conjunción de leyenda y realidad que nos continúa fascinando.
Al final, es inevitable preguntarme cuántos otros relatos cercanos a nosotros encierran verdades aún por descubrirse.
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