En La tierra baldía, Eliot adelanta una teoría de cómo las obras de arte transmiten no solo ideas o temas, sino toda la amplitud y texturas de la experiencia humana.
El poeta llega a París buscando al mejor herrero, que vive en Notre Dame dus Champs, cerca de los Jardines de Luxemburgo y de las charcuterías y panaderías de la rue Vavin, y que desde los tiempos de Victor Hugo, ha sido el hogar de escritores y artistas imprevistos. El poeta parece un boceto para «El hijo del hombre», de René Magritte, quien todavía no sabe que lo pintará algún día. El poeta viene penoso desde Inglaterra, en donde recién ha comenzado a mudar la piel. En fin, el poeta tampoco sabe que el mejor artesano, Ezra Pound, le espera con su edición de un poema viene doblegando al poeta, de nombre Thomas Stearns Eliot, desde el verano del 1921. Se titulará La tierra baldía, sentencia Pound. Eliot sonríe, pero no sabe que será uno de los grandes poemas producidos bajo el signo de la modernidad.
Con su vida hecha un puñado de polvo, la llegada de Eliot a París viene matizada por la paulatina sedimentación de su matrimonio ya cercano al final de una relación donde las fidelidades se difuminan. Al momento del encuentro con Pound, Eliot sabe que la salud de Viv, que ha estado en una relación de interés sexual con el filósofo Bertrand Russell, desmejora y la torna en una persona huraña. El dinero escasea, lo que insta a la madre de Eliot, que detesta a su nuera, a viajar hasta Londres para intentar persuadir a su hijo y llevarlo de vuelta a New England, donde, después de todo, le esperaba su familia, su educación en Harvard y su patria. A Eliot no le interesan ningunos de los tres.
Soy un metoikos, se define a sí mismo al utilizar la palabra que designaba a los extranjeros que podían vivir y trabajar en Grecia, pero que no gozaban de los mismos derechos. Su madre estadounidense le reprocha y, derrotada, desaprueba la negativa de Eliot de volver a las Américas. Frustrado con su trabajo para el Lloyd’s Bank, la vida de Eliot es un páramo. La tierra baldía, su obra maestra, que celebró sus 100 años en 2022, está a punto de nacer.
Sólo un poeta puede hacer del tiempo una experiencia total.
Pavor, deseo, abyección y depresión se enmarañan entre la razón y los afectos y entonces la visita de Eliot a Pound inicia la batalla del héroe con los borradores del texto que Pound se ha dado a la tarea de editar. Entre el trabajo de revisión y un padecimiento nervioso que le ha venido ocupando, Eliot se marcha a un sanatorio en Suiza. Es un momento crucial en el proceso de montaje del poema.
«En la hora violeta, cuando los ojos y la espalda giran hacia arriba desde el escritorio», Eliot encuentra la manera de expresar el complejo estado anímico que repta por los versos de La Tierra Baldía.
El poema pone en función uno de los conceptos críticos más importantes de Eliot: el «correlativo objetivo», entendido como «un conjunto de objetos, una situación y/o una cadena de acontecimientos que serán la fórmula de una emoción particular» que el poeta siente y espera evocar en el lector. En La tierra baldía, Eliot adelanta una teoría de cómo las obras de arte transmiten no solo ideas o temas, sino toda la amplitud y texturas de la experiencia humana.
La tierra baldía, nacida en un tiempo caótico, intenta integrar una sensación de fragmentación y desorden en su propia textura. Su estructura es pentagonal, informada por las secciones o cantos «El entierro de los muertos», «Un juego de ajedrez», «El sermón del fuego», «Muerte ahogado» y «Lo que dijo el trueno». Al insistir en la virtud de las tijeras, Ezra Pound sugirió cortar partes del poema que resultaban absolutamente descartables y Eliot descubre las fortalezas que sostienen la integridad del poema.
Ante la duda, corta, es la consigna.
Los críticos concuerdan en que las luchas de Eliot para dar el orden apropiado y capturar el sentido del tiempo y el espacio en su poema semiotizan las batallas intelectuales, emocionales y espirituales del poeta. La tierra baldía es un texto marcado por la Primera Guerra Mundial y el subsiguiente estado de las cosas en Europa.
El poema, que llega a la luz del Ulíses de Joyce (publicado un año antes), se despliegue ante los ojos del lector que, si es bien entrenado, podrá captar los juegos de intertextualidad y reapropiación literaria que Eliot hace de Shakespeare, Spencer, Baudelaire, Dante, Ovidio, Petronio y los mitos griegos, entre otros referentes que pueden ser musicales (Wagner), espirituales (el Baghavad Ghita y La Biblia) dentro de un marco poliglósico. De sus múltiples aportaciones, llama la atención que la musicalidad del poema (completo con segmentos que evocan el dadaísmo) hace fluir la complejidad y la sofisticación que se resisten a los significados únicos o fijos. Dicho desde la parodia, el pastiche y la sátira, completo con notas al calce que hacen que el texto se desborde de sí mismo, el poema carece de una clave única para su significado.
Lo que sí reina en el poema es la disolución de un mundo que ya nunca más será.
Al final, estamos ante un poema del vacío moral y espiritual en la sociedad moderna. «Pescando, con la llanura árida detrás de mí, /¿debo al menos poner mis tierras en orden?», lee un verso al cierre del poema. Lo ineludible de los versos es la alusión a la leyenda arturiana del Rey Pescador, quien, herido de muerte, pero imposibilitado de morir, se marchita en vida mientras observa su reino secarse de esterilidad.
Tras haber fallado en su encomienda de nunca descuidar el Grial Sagrado, el Rey pasa sus días pescando en espera de que se cumpla una profecía que promete la restauración de los poderes que el cáliz sagrado perdiera por su descuido.
Y ese es Eliot: el Rey Pescador, y toda la tristeza del mundo.
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