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Foto del escritorElidio La Torre Lagares

El hombre que hace bebés con su mirada

Lo que uno quiere destruir, a veces, es parte de uno.


Jaques Barzun creía que el deseo es la fuerza motriz de los actos de la humanidad. Pero esta fuerza no es infalible a las condiciones materiales, que le atraviesan, provocan alteraciones y se deshojan en impredecibles consecuencias.

En el 2006, un grupo de científicos ecologistas, preocupado por los con un flagrante fuego vanidoso que devoraba la selva en Brasil y Bolivia, aborda un taxi aéreo Embraer con el fin de sobrevolar la selva norte del Amazonas. La ironía es igualmente barzuniana: Embraer manufactura naves aeroespaciales para uso comercial, militar, corporativo y agrario, y el grupo de científicos ecologistas interesaba explorar los grandes daños, aún inadvertidos, que los incendios provocaban en el pulmón del planeta. Diría Barzun que, a veces, uno es parte de lo que precisamente quiere destruir.

Luego de más de media hora de vuelo, el documentalista científico que viajaba en el grupo advierte un claro de forma cuadrada en medio de la selva. Al acercar el objetivo con su cámara fotográfica, nota que los ángulos interiores en el perímetro de la anomalía avistada son producto de una masacre ecológica. La simetría perfecta no podía responder a causas naturales. Hay mano criminal, determinó el documentalista. Ninguna tribu en esta zona contaría con instrumentos o herramientas que proporcionaran tal precisión geométrica.

Como científicos al fin, y deseosos de corroborar sus sospechas, acuerdan acercarse lo más posible a la selva para captar con mayor precisión el alcance de los daños. El piloto del helicóptero informa que podrá descender a una distancia prudente del lugar, pero que el ruido de la nave seguramente alterará a muchas aves y otros miembros de la fauna amazónica. Descendamos, es el consenso entre los científicos. Después de todo, razón tenían para estar allí.

De acuerdo con el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía, muchos fuegos en el Amazonas se suscitan ante la vehemente deforestación de la zona, problemática resultante de la actividad de corporaciones globales y sus intervenciones en la selva, que a veces son legales, pero frecuentemente también se dan de forma ilegal.

El bioma amazónico, que amortigua y absorbe importantes cantidades de dióxido de carbono, el gas esencial para la producción del efecto invernadero, abarca el bosque tropical más grande del mundo, un territorio de luchas por el acaparamiento de tierras, la expansión de la frontera agrícola y el desarrollo de la industria ganadera. A esto se suman la explotación minera y la usurpación de la medicina alternativa.

Emprendida la faena, al grupo de científicos le sale al paso un contingente de aborígenes evidentemente molestos, a juzgar por las lanzas y dardos venenosos que le arrojan. También utilizan bolas de estiércol humano como proyectiles.

Los científicos, sin pensarlo dos veces, abandonan el lugar, pero proceden a elaborar un detallado informe que presentan antes las autoridades brasileñas, quienes inicialmente despacharon el relato como una mera alucinación en ayahuasca. Se trataba de que allí había llegado la civilización, en una forma u otra, argumentaban los expertos. O había surgido una nueva. Mentes débiles occidentales, dijo el Ministro de Defensa, quien inicialmente fijo el caso en el grado cero de la incredulidad.

No obstante, el gobierno de Brasil, tras superar el escepticismo de su Ministro de Defensa, accede a enviar al grupo de científicos de vuelta a la zona como parte de una serie de misiones que validaran la información presentada. Los científicos hacen tres viajes de vuelta a la región amazónica.

Barzun estaba convencido de que nuestra era, a pesar de sus extraordinarias capacidades tecnológicas, obedece a lo que él denominaba un «tiempo alejandrino»: un periodo de ocaso, energías agotadas y confusión moral. Así, la primera vez que regresa la expedición de científicos al noreste del Amazonas, el grupo alega que no encontraron indicios de vida humana aunque admitieron que se sintieron observados todos el tiempo. No puede ser, dicen, y deciden volver. En esta segunda ocasión, una tribu les ataca a su llegada al claro del bosque. Más lanzas, dardos venenosos y desechos humanos. Los científicos no pueden precisar si se trataba de la misma tribu que les había atacado inicialmente.

A partir de este segundo incidente, el Ministerio de Defensa de Brasil retoma su renuencia a penetrar la selva hasta que, en 2017, luego de escuchar otros argumentos sobre avistamientos de tribus desconocidas en la zona, envían a los científicos para que realicen una visita definitiva al lugar.

En esta ocasión, sin embargo, los aborígenes les reciben bien.

Al entrar a la villa, los visitantes identifican los remanentes de un kayak y varios objetos de campamento. Entre las visibles señas de civilización invasiva se encuentra una cámara digital Canon, la cual se conserva en muy buenas condiciones. El misterioso objeto se mantiene bajo la custodia del rey de la tribu. Cuando los científicos logran activar la cámara, encuentran que el rey, de alguna manera, había descifrado el modo de obturar el aparato. En la memoria de la cámara habían quedado guardadas sobre cinco mil fotos que el rey le había tomado a su pene.

La choza del rey queda diametralmente opuesta al centro de adoración religiosa de los aborígenes, adonde los visitantes son escoltados como invitados especiales. Para sorpresa de la comitiva, en una de las paredes de paja colgaba una foto a color con la imagen de George Clooney.

La foto esta firmada con Sharpie platinado, y lee: “Para Gavin, con cariño, George”. Aparte de la foto, el interior del templo se llenaba de un vacío minimalista. Lo único que entendieron es que la tribu entra allí al menos dos veces al día para adorar la imagen del que ellos llaman «El hombre que hace bebés con su mirada». También se le conoce como “El hombre de cuyos ojos emanan ríos de semen”.

Lo que uno quiere destruir, a veces, es parte de uno.

Nadie nunca pudo explicar cómo llegó la foto allí. Los científicos tampoco regresaron.

Fragmento de mi novela La sombra del fuego.

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