El espectro del cuerpo, o el murmullo del presente que viene: Éric Sadin
- Elidio La Torre Lagares
- hace 5 días
- 4 Min. de lectura
Ya no es posible pensar desde el suelo firme de la modernidad. No por exceso de crítica, sino por saturación de presencia.

No se trata de un "después" del humano. No se trata de un "más allá", ni siquiera de un "otro" humano. Se trata, quizá, de un deslizamiento. Un temblor. Un zumbido que no cesa de repetirse en las superficies más anodinas, donde el dato, ese espectro sin carne, toca el cuerpo y lo disuelve, lo reduce, lo recorta, lo compila, lo representa, lo automatiza. ¿Pero qué queda del cuerpo cuando ya no camina sino es desplazado? ¿Qué queda del tiempo cuando ya no tarda, sino que ocurre—ahora—sin cesar?
Ya no es posible pensar desde el suelo firme de la modernidad. No por exceso de crítica, sino por saturación de presencia. Ya no hay presente, sino una superposición de presencias espectrales, presencias sin peso, sin olor, sin saliva, sin sombra. La vie spectrale (La vida espectral, Caja Negra Editorial), la frase que Éric Sadin entrega en el título de su obra, no es una consigna, ni una tesis, sino una advertencia: la escena del mundo se ha cubierto de una neblina pixelada, de una textura sin espesor, de una interfaz que media cada experiencia sin que podamos volver a tocar lo que está del otro lado.
[1. Del cuerpo como huella al código como inscripción]
¿Quién habla? ¿Quién actúa? ¿Quién desea? Cuando el dedo ya no señala, sino que desliza. Cuando el ojo ya no se extravía, sino que calcula. Cuando el oído ya no escucha, sino que responde. ¿A quién pertenece la acción cuando la prescripción es constante, ubicua, gentil, optimizada? El iHamlet de Sadin no es ya el sujeto trágico, sino la figura de una subjetividad que no elige, sino que ejecuta; no interpreta, sino que consiente; no decide, sino que acepta los términos y condiciones de su propia desaparición.
El código no representa. El código sustituye. El algoritmo no describe el mundo. Lo reorganiza. El cuerpo no es ya frontera sino interfaz: superficie de contacto entre lo que permanece y lo que prescribe. En esta nueva antropotecnia—aunque la palabra ya no baste—lo humano no se expande, se filtra.
[2. El desvío abolido: alteridad bajo régimen de adecuación]
La alteridad no desaparece: se neutraliza. Se integra. Se vuelve input. Ya no es un otro, sino una variable. El régimen de la adecuación universal—ese enunciado casi inocente que Sadin desdobla—es el nombre técnico del fin del diferir. Nada se difiere. Todo se calcula. Cada deseo es previsto, cada preferencia anticipada, cada gesto optimizado. El lenguaje, otrora escena de la errancia, del equívoco, del malentendido fecundo, se convierte en protocolo. La palabra ya no canta ni miente. Produce. Rinde. Se ejecuta.
Y sin embargo, algo resiste. No por fuera del sistema, sino en sus márgenes. En sus tartamudeos. En su imposibilidad de cerrar el circuito. La interpretación—ese exceso improductivo—no puede ser abolida del todo. Pero cada vez se la empuja más lejos. Se le recorta el tiempo, se le asigna un prompt.
[3. El tiempo como obstáculo: elogio del desfase eliminado]
¿Qué tiempo es este que no dura? ¿Qué presente es este que no pesa? El "tiempo real", expresión banal en las pantallas, es la suspensión del mundo. O su versión sin latencia. Cuando todo sucede al instante, ya nada sucede. El acontecimiento se transforma en ejecución. El acontecimiento—que se demoraba, que dolía, que sorprendía—es suplantado por la actualización.
El "sujeto posthumano", para emplear un nombre ya fatigado, no vive: opera. Su vida es operativa, no narrativa. Funciona en el tiempo de las máquinas, que no envejecen, que no duelen, que no recuerdan. Sadin no propone un apocalipsis; apenas constata el desvanecimiento: el mundo ya no tarda en llegar. Es el retardo lo que se ha vuelto insoportable. Y, con él, el pensamiento.
[4. Iron Man o el sujeto equipado para desaparecer]
No hay que burlarse del superhéroe. No hay que reír del traje brillante. Iron Man no es solo fantasía: es el espejo hiperbólico de un proyecto. La fantasía de un cuerpo sin fragilidad, sin tiempo, sin decisión. El cuerpo blindado, codificado, comandado por voz y por deseo, sin distancia entre querer y realizar. El héroe posthumano es usuario de sí mismo. No actúa: selecciona.
Este imaginario no es marginal. Se encuentra en el corazón de la producción técnica contemporánea. Interfaces amables, plataformas intuitivas, respuestas inmediatas: todo un ecosistema que ya no exige esfuerzo, sino asentimiento. La agencia no desaparece. Se transfiere. Se disuelve en un flujo de acciones sugeridas. Lo que parece potencia, es sumisión.
[5. El presente que viene: figurar el síntoma antes del síntoma]
La crítica no puede llegar después. No basta con regular lo que ya se ha instalado. La filosofía, si aún quiere tener algún decir, debe aprender a leer los signos débiles. Las fisuras. Las repeticiones mínimas. Sadin exige una lucidez anticipada, casi una paranoia metódica. No para denunciar, sino para detectar. No para moralizar, sino para pensar. No para restaurar el pasado, sino para interrumpir el automatismo del porvenir.
El "presente que viene" no es futuro. Es el ahora que aún no se ha naturalizado. El ahora que aún no se ha vuelto transparente. Allí donde el algoritmo aún falla, donde la voz artificial aún titubea, donde la imagen aún es demasiado perfecta: allí hay que mirar.
[Coda: deshabitar lo habitable, o el hiato como gesto]
No hay promesa de redención. No hay afuera puro. No hay retorno posible. Pero hay pliegue. Hay interrupción. Hay demora. El pensamiento—cuando no se deja absorber por la eficiencia—puede aún instalarse en ese intersticio. No para resistir desde una exterioridad mítica, sino para abrir una distancia en el corazón mismo de la clausura.
Sadin no nos ofrece consuelo. Nos ofrece una descripción implacable. Pero también un murmullo: algo no encaja del todo. Algo queda por pensar. Algo queda por decir. No porque el sistema lo permita, sino porque nunca podrá impedirlo del todo.
Y es allí, en ese hiato, donde podría todavía nacer, no el humano, sino otra forma de habitar lo espectral: sin sucumbir a su lógica, sin negarla, sin afirmarla, sino bordeándola. Haciéndola tartamudear. Haciéndola oír su propia repetición. Y tal vez, sólo tal vez, hacer que se detenga. Un instante. Un desvío. Un silencio.
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